PREFACIO -"Marx y su concepto del hombre", Erich Fromm,1961-

La filosofía de Marx, como una gran parte del pensamiento existencialista, representa una protesta contra la enajenación del hombre, su pérdida de sí mismo y su transformación en una cosa; es un movimiento contra la deshumanización y automatización del hombre, inherente al desarrollo del industrialismo occidental. Es despiadadamente crítica de todas las "respuestas" al problema de la existencia humana que tratan de aportar soluciones por la negación o simulación de las dicotomías inherentes a ella. La filosofía de Marx tiene sus raíces en la tradición filosófica humanista de Occidente, que va de Spinoza a Goethe y Hegel, pasando por los filósofos franceses y alemanes de la Ilustración y cuya esencia misma es la preocupación por el hombre y la realización de sus potencialidades. Para la filosofía de Marx, que ha encontrado su expresión más articulada en los Manuscritos económico- filosóficos, el problema central es el de la existencia del individuo real, que es lo que hace, y cuya "naturaleza" se desarrolla y se revela en la historia. Pero, en contraste con Kierkegaard y otros, Marx contempla al hombre en toda su concreción, como miembro de una sociedad y una clase dadas y, al mismo tiempo, como cautivo de éstas. La plena realización de la humanidad del hombre y su emancipación de las fuerzas sociales que lo aprisionan está ligada, para Marx, al reconocimiento de estas fuerzas y al cambio social basado en este reconocimiento. La filosofía de Marx es una filosofía de protesta; es una protesta imbuida de fe en el hombre, en su capacidad para liberarse y realizar sus potencialidades. Esta fe es un rasgo del pensamiento de Marx que ha sido característico de la actitud occidental desde fines de la Edad Media hasta el siglo XIX y que ahora es tan escasa. Por esta misma razón, para muchos lectores infectados por el espíritu contemporáneo de resignación y el renacimiento de la idea del pecado original (en los términos de Freud o de Niebuhr), la filosofía de Marx parecerá superada, anticuada, utópica —y por esta razón, cuando no por otras, rechazarán la voz de la fe en las posibilidades del hombre y de la esperanza en su capacidad para llegar a ser lo que potencialmente es. Para otros, sin embargo, la filosofía de Marx será una fuente de nueva visión y esperanza. Grande como es la importancia de la filosofía marxista como fuente de visión filosófica y como antídoto contra la actitud generalizada —velada o abiertamente— de resignación, hay otra razón, no menos importante, para su publicación en este momento. Una de las ironías peculiares de la historia es que no haya límites para el malentendimiento y la deformación de las teorías, aun en una época donde hay acceso ilimitado a las fuentes; no hay un ejemplo más definitivo de este fenómeno que lo que ha sucedido con la teoría de Karl Marx en las últimas décadas. Se hacen continuas referencias a Marx y al marxismo en la prensa, los discursos políticos, los libros y los artículos escritos por estudiosos de las ciencias sociales y filósofos respetables; no obstante, con pocas excepciones, parece que los políticos y periodistas jamás han echado siquiera una mirada a una línea escrita por Marx y que los estudiosos de las ciencias sociales se contentan con un conocimiento mínimo de Marx. Aparentemente se sienten seguros actuando como expertos en este terreno, puesto que nadie con prestigio y posición en el reino de la investigación social pone en cuestión sus ignorantes afirmaciones. La crítica a Marx es, sin embargo, algo muy distinto del juicio acostumbrado, fanático o condescendiente, tan característico de las opiniones actuales sobre él. Estoy convencido de que sólo si entendemos el sentido real del pensamiento de Marx y podemos diferenciarlo, en consecuencia, del seudomarxismo ruso y chino, seremos capaces de entender las realidades del mundo de hoy y estaremos preparados para enfrentarnos realista y positivamente a su reto.

Actualización del concepto de plusvalía

Estos conceptos aparecen definidos y utilizados principalmente en El Capital y en los cuadernos II y III de los Grundrisse. Cabe aclarar que Marx dice específicamente, en artículos por él editados, que el concepto "plusvalía" lo toma de David Ricardo, quien desarrolla por completo el concepto de "valor" del trabajo, dándole ese nombre. Ricardo toma como punto de partida el concepto de valor comentado por Adam Smith. Este último es el primer economista conocido, por así definirlo, que desarrolla ese concepto de "valor" que es la base de la Plusvalía o Plusvalor.
“La producción capitalista no es ya producción de mercancías, sino que es, sustancialmente, producción de plusvalía. El obrero no produce para sí mismo, sino para el capital. Por eso, ahora, no basta con que produzca en términos generales, sino que ha de producir concretamente plusvalía. Dentro del capitalismo, sólo es productivo el obrero que produce plusvalía para el capitalista o que trabaja por hacer rentable el capital.”
“La producción de plusvalía absoluta se consigue prolongando la jornada de trabajo más allá del punto en que el obrero se limita a producir un equivalente del valor de su fuerza de trabajo y haciendo que este plustrabajo se lo apropie el capital. La producción de plusvalía absoluta es la base general sobre que descansa el sistema capi­talista y el punto de arranque para la producción de plusvalía relativa. En ésta, la jornada de trabajo aparece desdoblada de antemano en dos segmentos: trabajo necesario y trabajo excedente. Para prolongar el segundo se acorta el primero mediante una serie de métodos, con ayuda de los cuales se consigue producir en menos tiempo el equiva­lente del salario. La producción de plusvalía absoluta gira toda ella en torno a la duración de la jornada de trabajo: la producción de plusvalía relativa revoluciona desde los cimientos hasta el remate los procesos técnicos del trabajo y las agrupaciones sociales.”
(El Capital, Karl Marx)

Primero que todo desechemos algunas ideas que son erróneas al respecto; la plusvalía, tal como la define Marx, nada tiene que ver con el valor de uso de las cosas, es decir con la utilidad que tiene para cada uno o su valor sentimental. Tampoco tiene nada que ver con el valor que adquiere a lo largo del tiempo o por causas externas a ellas.

"Al alcanzar la producción de mercancías un determinado grado de desarrollo, el dinero se convierte en capital. La fórmula de la circulación de mercancías era: M (mercancía) - D (dinero) -M (mercancía), es decir, venta de una mercancía para comprar otra. La fórmula general del capital es, por el contrario, D - M - D, es decir, compra para la venta (con ganancia). El crecimiento del valor primitivo del dinero que se lanza a la circulación es lo que Marx llama plusvalía. Ese "acrecentamiento" del dinero lanzado a la circulación capitalista es un hecho conocido de todo el mundo. Y precisamente ese "acrecentamiento" es lo que convierte el dinero en capital, o sea, en una relación social de producción históricamente determinada. La plusvalía no puede provenir de la circulación de mercancías, pues, ésta sólo conoce el intercambio de equivalentes; tampoco puede provenir de un aumento de los precios, pues las pérdidas y las recíprocas de vendedores y compradores se equilibrarían; se trata de un fenómeno social medio, generalizado, y no de un fenómeno individual. Para obtener la plusvalía, "el poseedor de dinero necesita encontrar en el mercado una mercancía cuyo valor de uso posea la singular propiedad de ser fuente de valor, una mercancía cuyo proceso de consumo sea, a la par, proceso de creación de valor. Y esta mercancía existe: es la fuerza del trabajo del hombre. Su uso es el trabajo, y el trabajo crea valor. El poseedor de dinero compra la fuerza de trabajo por su valor, determinado, como el de cualquier otra mercancía, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción (es decir, por el coste del mantenimiento del obrero y su familia). Una vez que ha comprado la fuerza de trabajo, el poseedor del dinero tiene el derecho de consumirla, es decir, de obligarla a trabajar durante un día entero, supongamos que durante doce horas. Pero el obrero crea en seis horas (tiempo de trabajo "necesario") un producto que basta para su mantenimiento; durante las seis horas restantes (tiempo de trabajo "suplementario") engendra un "plusproducto" no retribuido por el capitalista, que es la plusvalía. Por consiguiente, desde el punto de vista del proceso de producción, en el capital hay que distinguir dos partes: el capital constante, invertido en medios de producción (máquinas, instrumentos de trabajo, materias primas, etc.) -y cuyo valor pasa sin cambios (de una vez o en parte) al producto elaborado-, y el capital variable, que es el que se invierte en pagar la fuerza de trabajo. El valor de este capital no permanece inalterable, sino que aumenta en el proceso del trabajo, al crear la plusvalía. Por tanto, para expresar el grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital, tenemos que comparar la plusvalía no con el capital total, sino con el capital variable exclusivamente. La cuota de plusvalía, que así llama Marx esta relación, sería, pues, en nuestro ejemplo, de 6:6, es decir, del 100 %.
Hay dos modos fundamentales de aumentar la plusvalía: prolongando la jornada de trabajo ("plusvalía absoluta") y reduciendo el tiempo de trabajo necesario ("plusvalía relativa"). Al analizar el primer modo, Marx hace desfilar ante nosotros el grandioso panorama de la lucha de la clase obrera para reducir la jornada de trabajo y de la intervención del poder público, primero para prolongarla (siglos XIV a XVII) y luego para reducirla (legislación fabril del siglo XIX). La historia del movimiento obrero en todos los países civilizados ha proporcionado, desde la aparición de El Capital, miles y miles de nuevos datos que ilustran este panorama.
En su análisis de la producción de la plusvalía relativa, Marx investiga las tres etapas históricas fundamentales en el proceso de intensificación de la productividad del trabajo por el capitalismo: 1) la cooperación simple; 2) la división del trabajo y la manufactura; 3) las máquinas y la gran industria.

Al acelerar el desplazamiento de los obreros por la maquinaria, produciendo en uno de los polos riquezas y en el otro polo miseria, la acumulación del capital origina también el llamado “ejército de reserva del trabajo", el "excedente relativo" de obreros o "superpoblación capitalistas”, que reviste formas extraordinariamente diversas y permite al capital ampliar con singular rapidez la producción. Esta posibilidad, combinada con el crédito y la acumulación de capital en medios de producción, nos da, entre otras cosas, la clave para comprender las crisis de superproducción, que se suceden periódicamente en los países capitalistas, primero cada diez años, poco más o menos, y luego con intervalos mayores y menos precisos. De la acumulación del capital sobre la base del capitalismo hay que distinguir la llamada acumulación primitiva, cuando se desposee violentamente al trabajador de sus medios de producción, se expulsa al campesino de su tierra, se roban los terrenos comunales y rigen el sistema colonial y el sistema de las deudas públicas, de los aranceles aduaneros, proteccionistas, etc. La “acumulación primitiva" crea en un polo el proletario "libre", y en el polo contrario el poseedor del dinero, el capitalista.

Marx caracteriza en los célebres términos siguientes la "tendencia histórica de la acumulación capitalista": "La expropiación de los productores directos se lleva a cabo con el más despiadado vandalismo y con el acicate de las pasiones más infames, más ruines y más mezquinas y odiosas. La propiedad privada, ganada con el trabajo personal (del campesino y del artesano) y que el individuo libre ha creado identificándose en cierto modo con los instrumentos y las condiciones de su trabajo, cede el sitio a la propiedad privada capitalista, que descansa en la explotación del trabajo ajeno y que no tiene más que una apariencia de libertad... Ahora no se trata ya de expropiar al obrero que explota él mismo su hacienda, sino al capitalista, que explota a muchos obreros. Esa expropiación se opera por el juego de las leyes inmanentes de la propia producción capitalista, por la centralización de capitales. Un capitalista mata a muchos otros. Y a la par con esta centralización o expropiación de muchos capitalistas por unos cuantos, se desarrolla, en escala cada vez mayor y más amplia, la forma cooperativa del proceso del trabajo, se desarrolla la aplicación consciente de la ciencia a la técnica, la explotación sistemática del suelo, la transformación de los medios de trabajo en unos medios que no pueden utilizarse mas que en común, las economías de todos los medios de producción mediante su utilización como medios de producción de un trabajo social combinado, la incorporación de todos los pueblos a la red del mercado mundial, y, junto a ello, el carácter internacional del régimen capitalista. A medida que disminuye constantemente el número de los magnates del capital, que usurpan y monopolizan todas las ventajas de este proceso de transformación, aumenta en su conjunto la miseria, la opresión, la esclavitud, la degeneración, la explotación; pero también aumenta, al propio tiempo, la rebeldía de la clase obrera, que es instruida, unida y organizada por el mecanismo del propio proceso de producción capitalista. El monopolio de capital se convierte en grillete del modo de producción que se había desarrollado con él y gracias a él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista, que termina por estallar. Suena la última hora de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados".
(El Capital, Karl Marx)

Marx distingue en toda mercancía su valor de uso de su valor de cambio. El valor de uso es el valor que un objeto tiene para satisfacer una necesidad. Este concepto se refiere a los rasgos de las cosas gracias a los cuales nos son útiles para la satisfacción de cualquier tipo de necesidad, desde las más biológicas como comer, hasta las más espirituales como las que se refieren al ocio y el mundo de la cultura. El valor de cambio es el valor que un objeto tiene en el mercado, y se expresa en términos cuantitativos, medidos por el dinero.
Dos objetos con diferente valor de uso pueden tener el mismo valor de cambio si así lo determina las leyes del mercado, por ejemplo un ordenador puede costar lo mismo que una moto. El rasgo peculiar de la sociedad capitalista es que en ella la fuerza de trabajo es también una mercancía: dado que el productor no dispone de otro recurso para obtener bienes y medios para su subsistencia, debe poner la fuerza de su trabajo en el mercado.Del mismo modo que en el mercado las mercancías están sometidas a las fluctuaciones del mercado, básicamente por las leyes de la oferta y la demanda, la fuerza de trabajo tiene también un precio determinado por las mismas leyes. Pero a diferencia de otras mercancías –un coche por ejemplo– que satisfacen meramente necesidades humanas, la mercancía que llamamos fuerza productiva tiene la peculiar característica de producir otras mercancías. La fuerza de trabajo tiene un valor de cambio (el sueldo que recibe el trabajador) y un valor de uso (su valor para producir otras mercancías). A su vez, estas mercancías creadas por dicho trabajo tienen, claro está, valor de uso y valor de cambio, pero el valor de cambio que éstas tienen siempre es superior al valor de cambio que tiene la fuerza productiva que las ha creado (al salario). Aunque añadamos a este último valor otras cantidades como las que puedan corresponder a la amortización de las máquinas usadas en la producción, o los costes financieros que el empresario gasta para llevar adelante su negocio, siempre habrá una diferencia. A esta diferencia se le llama plusvalía y es el beneficio del capitalista.

Esto, traducido en términos de horas-trabajo, quiere decir: de las ocho horas que el trabajador trabaja, una parte trabaja para él (la que revierte en lo que realmente le paga el empresario) y otra para el empresario (la que da lugar al exceso de valor de cambio que no revierte sobre el trabajador y que da lugar a la ganancia del empresario o plusvalía).
A modo de resumen…Imaginemos, que los bienes se cambian en el mercado por la cantidad de tiempo de trabajo que contienen. Un obrero necesita una cantidad concreta de bienes para reponer su capacidad de trabajo: comida, alimento, casa, ropa, calefacción, ocio. Si se le paga menos que eso, no puede trabajar al día siguiente, o a lo largo del tiempo, con lo cual cae la cantidad de trabajadores disponibles y sube el salario, por la simple ley de oferta y demanda. Si se le paga de más, tendrá hijos y aumentará la cantidad de trabajadores disponibles, con lo cual caerá el salario. En equilibrio, el trabajador recibe exactamente la cantidad de bienes que requiere para reponer y reproducir su capacidad de trabajo. Para producir, y en consecuencia para conseguir en el mercado esta cantidad de bienes se requiere una cantidad de horas de trabajo. Pongamos, 6 horas por día.Imaginemos que el obrero trabaja 8 horas por día para el capitalista. Es decir que las primeras 6 horas el obrero produce el equivalente a su sueldo, pero las 2 horas restantes produce para el patrón. Como el patrón solo le retribuye el equivalente a 6 horas de trabajo, las dos horas restantes constituyen la plusvalía.

Estos hechos descriptos no revisten ninguna novedad desde hace ya muchos años. A la teoría del plusvalor debemos sumarle una situación de marginalización más y que Marx no tuvo en cuenta. Además de las horas de “plusvalía” debemos sumarle otro problema al trabajador –y que no solo incumbe a la clase obrera- las horas extras no pagas. ¿Cual es el proceso por el cual el trabajador llega a dedicarle aún más tiempo al trabajo sin ser remunerado (obviamente en nuestra sociedad actual)?
Pues bien, el problema se plantea con el surgimiento de las crisis económicas nacionales y que se han venido gestando a lo largo de toda América Latina. El trabajador que antes trabajaba –de acuerdo a la jornada laboral impuesta de 8 horas diarias- podía acceder a cierta cantidad de horas extras remuneradas. Con el cíclico derrumbamiento de la economía, el valor de la mano de obra en la mayoría (por no decir en el total de los empleos) cayó significativamente. ¿Qué consecuencias engendró esto? Un arma más al servicio del capitalista: el miedo al desempleo. Que, aclaremos, se agrega a la tendencia de “rejuvenecer” la clase trabajadora ante la creciente población desocupada. ¿Cuáles son los réditos de esta nueva estrategia? Fácil, la gente trabaja, en aras de conservar su trabajo, más tiempo por menos dinero. Se han quitado en la mayoría de los establecimientos las horas extras pagas, pero esto no ha bajado la cantidad de tiempo que se le siguen dedicando. El trabajador se siente de alguna manera “obligado” a realizar esas horas extras (sin remuneración) para no dar el mínimo rango de error al capitalista, quien se aprovecharía para suplantarlo por otro trabajador: más joven, más especializado, con menos experiencia si, pero con menos antigüedad laboral. ¡Cuánta gente por arriba de los 40 años ha sufrido esta humillación en los últimos 20 años!

De esta manera podríamos hablar de dos situaciones de plusvalor en la realidad de los países latinoamericanos: Plusvalor laboral directo (exigido por el capitalista –corregido dentro de los márgenes de las 8 horas) y Plusvalor laboral indirecto (aquel que ejerce el trabajador –por el temor a la desocupación- y que antes pertenecían a las horas extras remuneradas).

“…La historia de la moderna industria demuestra que el capital, si no se le pone un freno, laborará siempre implacablemente y sin miramientos, por reducir a toda la clase obrera a este nivel de la más baja degradación.”

Karl Marx