PREFACIO -"Marx y su concepto del hombre", Erich Fromm,1961-

La filosofía de Marx, como una gran parte del pensamiento existencialista, representa una protesta contra la enajenación del hombre, su pérdida de sí mismo y su transformación en una cosa; es un movimiento contra la deshumanización y automatización del hombre, inherente al desarrollo del industrialismo occidental. Es despiadadamente crítica de todas las "respuestas" al problema de la existencia humana que tratan de aportar soluciones por la negación o simulación de las dicotomías inherentes a ella. La filosofía de Marx tiene sus raíces en la tradición filosófica humanista de Occidente, que va de Spinoza a Goethe y Hegel, pasando por los filósofos franceses y alemanes de la Ilustración y cuya esencia misma es la preocupación por el hombre y la realización de sus potencialidades. Para la filosofía de Marx, que ha encontrado su expresión más articulada en los Manuscritos económico- filosóficos, el problema central es el de la existencia del individuo real, que es lo que hace, y cuya "naturaleza" se desarrolla y se revela en la historia. Pero, en contraste con Kierkegaard y otros, Marx contempla al hombre en toda su concreción, como miembro de una sociedad y una clase dadas y, al mismo tiempo, como cautivo de éstas. La plena realización de la humanidad del hombre y su emancipación de las fuerzas sociales que lo aprisionan está ligada, para Marx, al reconocimiento de estas fuerzas y al cambio social basado en este reconocimiento. La filosofía de Marx es una filosofía de protesta; es una protesta imbuida de fe en el hombre, en su capacidad para liberarse y realizar sus potencialidades. Esta fe es un rasgo del pensamiento de Marx que ha sido característico de la actitud occidental desde fines de la Edad Media hasta el siglo XIX y que ahora es tan escasa. Por esta misma razón, para muchos lectores infectados por el espíritu contemporáneo de resignación y el renacimiento de la idea del pecado original (en los términos de Freud o de Niebuhr), la filosofía de Marx parecerá superada, anticuada, utópica —y por esta razón, cuando no por otras, rechazarán la voz de la fe en las posibilidades del hombre y de la esperanza en su capacidad para llegar a ser lo que potencialmente es. Para otros, sin embargo, la filosofía de Marx será una fuente de nueva visión y esperanza. Grande como es la importancia de la filosofía marxista como fuente de visión filosófica y como antídoto contra la actitud generalizada —velada o abiertamente— de resignación, hay otra razón, no menos importante, para su publicación en este momento. Una de las ironías peculiares de la historia es que no haya límites para el malentendimiento y la deformación de las teorías, aun en una época donde hay acceso ilimitado a las fuentes; no hay un ejemplo más definitivo de este fenómeno que lo que ha sucedido con la teoría de Karl Marx en las últimas décadas. Se hacen continuas referencias a Marx y al marxismo en la prensa, los discursos políticos, los libros y los artículos escritos por estudiosos de las ciencias sociales y filósofos respetables; no obstante, con pocas excepciones, parece que los políticos y periodistas jamás han echado siquiera una mirada a una línea escrita por Marx y que los estudiosos de las ciencias sociales se contentan con un conocimiento mínimo de Marx. Aparentemente se sienten seguros actuando como expertos en este terreno, puesto que nadie con prestigio y posición en el reino de la investigación social pone en cuestión sus ignorantes afirmaciones. La crítica a Marx es, sin embargo, algo muy distinto del juicio acostumbrado, fanático o condescendiente, tan característico de las opiniones actuales sobre él. Estoy convencido de que sólo si entendemos el sentido real del pensamiento de Marx y podemos diferenciarlo, en consecuencia, del seudomarxismo ruso y chino, seremos capaces de entender las realidades del mundo de hoy y estaremos preparados para enfrentarnos realista y positivamente a su reto.

Latinoamérica: 30 años después del Che Guevara

James Petras
Artículo publicado en la revista digital "América Libre". Entrega Nº11.

En la década que precedió a la muerte de Ernesto Che Guevara, y en las tres décadas siguientes las políticas revolucionarias han declinado y se han expresado en cuatro grandes "olas ". Estas políticas reflejan las variaciones regionales que tienen lugar en diferentes momentos históricos, siguiendo diversas estrategias y proviniendo de bases sociales distintas.
La figura y las ideas del Che Guevara han tenido influencia y presencia, dando forma a los debates revolucionarios y contribuyendo a que se comprendiesen las potencialidades de transformación.
Muchos observadores y comentaristas han adoptado un punto de vista estrecho en su evaluación crítica de las ideas del Che y en sus proyecciones. Por ejemplo, la decisión del Che de embarcarse en un proyecto guerrillero en el Congo (Zaire) ha sido descripto como un fracaso o un error. Sin embargo, durante este 30º Aniversario, después de muchas vicisitudes en la lucha, el régimen de Mobutu, títere de los EE.UU. y Francia, ha sido derrotado precisamente por un ejército guerrillero liderado por uno de los hombres con quien el Che había colaborado. Los juicios prematuros de los expertos han sido refutados por las experiencias históricas. Por eso, uno de los puntos a considerar cuando se analizan la teoría y la práctica del Che Guevara sobre la revolución, es el marco temporal así como la ubicación espacial y el contexto político económico en los niveles internacional, nacional y regional.
De manera similar los críticos han machacado sobre el error del Che de intentar una guerra de guerrillas en Bolivia a mediados de los 60. La decisión del Che se basó en ese momento en su premisa de que la guerra de Vietnam era un momento favorable para "lanzar dos, tres, muchos Vietnam". Acertadamente el Che analizó que los EE.UU. no podrían ganar la guerra de Vietnam, que estaban demasiado comprometidos en esas guerra y que el pueblo norteamericano comenzaba a sentirse desencantado con ese compromiso.
Además el Che comprendió que la heroica victoria en Vietnam era inspiradora para los pueblos oprimidos de todas partes mostrándoles que las fuerzas "subjetivas" (organización, conciencia, etc.) podían superar a los factores objetivos (armas y tecnología superiores).
Adicionalmente el Che sabía que Bolivia tenía una tradición revolucionaria, una clase trabajadora a la vanguardia de las luchas y una dictadura impopular. Por eso, la comprensión del Che sobre lo propicio del movimiento internacional y su análisis sobre la realidad política nacional eran correctos. Sí fue un error la ubicación ( geográfica) y el estilo particular de implementar políticas revolucionarias (en una región subpoblada, divorciada de las clases revolucionarias , dependiendo de grupos no confiables). Con posterioridad al asesinato del Che, los acontecimientos confirmaron el análisis global del Che así como su comprensión de la madurez de las condiciones subjetivas. La guerra de Vietnam había debilitado temporariamente la capacidad de EE. UU. de desarrollar intervenciones militares y esto facilitó el derrocamiento de regímenes pro norteamericanos en Irán, Etiopía, Nicaragua, Grenada.
Como consecuencia inmediata de la muerte del Che, surgió en América Latina una nueva subjetividad revolucionaria que estuvo centrada principalmente en el Cono Sur y que tomó distintas expresiones políticas.
Hay que hacer hincapié en que la relación del Che Guevara con las políticas revolucionarias en los cuarenta años que van de 1957 a 1997 es compleja y profunda. Para entender esta relación es importante situar el pensamiento y la práctica del Che en los distintos ciclos. En segundo lugar identificar sus conceptos políticos claves y sus ideas y cómo se relacionan con los procesos revolucionarios en desarrollo en América Latina, separando aquellas ideas que han perdurado a través del tiempo de aquellas que se aplican a experiencias particulares.
Concluyendo, puede argumentarse a favor de la continua relevancia de las ideas del Che, así como del significado de su persona como modelo para los revolucionarios de hoy.


CICLOS REVOLUCIONARIOS EN AMÉRICA LATINA
La práctica y el pensamiento revolucionario del Che Guevara evolucionaron en una relación muy próxima (cercana) con los grandes procesos revolucionarios en América Latina.
Él fue parte de la generación de los ‘50, que fue testigo de los fracasos y derrotas de los movimientos políticos reformistas y electoralistas de esos tiempos.
El Che estaba en Guatemala cuando la CIA derrotó al gobierno reformista de Arbenz. Sabía del derrocamiento del gobierno populista de Perón y debió irse de Perú y Colombia que habían experimentado el fracaso de la "izquierda democrática"(1), (Haya de la Torre en Perú, Grau en Cuba, Gaitán en Colombia) al intentar confrontar con los regímenes dictatoriales y el imperialismo norteamericano. Dos "coordenadas" cortaron a la generación del 50, de la cual el Che fue un miembro importante: la sobredeterminación de la naturaleza hegemónica de los EE.UU. (la dominación política y militar así como la explotación económica), y el fracaso histórico de las estrategias y movimientos políticos reformistas y electoralistas para confrontar al orden liberal emergente impulsado por Washington. No habiendo tenido éxito en desafiar al modelo norteamericano, algunos miembros de la "izquierda democrática" comenzaron a adaptarse y a aceptar la hegemonía de los EE.UU.
La generación del 50 debió entonces crear nuevas organizaciones, nuevos métodos para luchar así como programas innovadores para enfrentar al nuevo orden liberal. Así comenzó la primera de cuatro "olas" de políticas revolucionarias que habrían de barrer diferentes regiones y países durante las siguientes cuatro décadas. En términos esquemáticos esas cuatro olas pueden ser identificadas de la siguiente manera:


1) 1959-1967. De la revolución cubana al asesinato de Guevara
2) 1968-1976. Las sublevaciones populares masivas en el Cono Sur de América Latina y en los países andinos que terminaron con la instauración de regímenes militares.
3) 1977-1990. El crecimiento de los movimientos revolucionarios en América Central y el régimen sandinista. El período termina con los Acuerdos de Paz y la derrota electoral del FSLN.
4) 1991 a la fecha. Los nuevos movimientos socio-políticos revolucionarios, de campesinos, indios, y en las provincias en América Latina.


Primera ola. 1959-1967
La victoria de la revolución cubana marca un punto de ruptura entre el fracaso de la "izquierda democrática" durante los 50 y el surgimiento de una nueva subjetividad revolucionaria en América Latina, de la cual Guevara y Castro devienen importantes intérpretes.
Paralelamente a la Revolución Cubana en Perú, Venezuela, Brasil, Colombia, Guatemala y después República Dominicana, Chile, Nicaragua, Uruguay y México, una nueva generación rebelde comenzó a tomar forma rompiendo con los partidos reformistas, hundiendo sus raíces en el campo y las ciudades y volviéndose parte de los nuevos movimientos revolucionarios. En muchos lugares, las Universidades (estudiantes y profesores), los campesinos y sectores de las clases urbanas asalariadas jugaron un papel preponderante en la formación de esta primer ola. Es importante hacer notar que esto ocurrió paralelamente y en forma convergente con la Revolución Cubana. Las raíces de las luchas en Latinoamérica están basadas en la común oposición a las dictaduras, a las políticas económicas liberales, al crecimiento de las desigualdades sociales y al fracaso de las políticas electorales convencionales. Las etiquetas "castrista" o "guevarista" eran aplicadas a movimientos que habían tenido origen antes de establecer paralelos con la Revolución Cubana y que luego convergieron con el pensamiento y la práctica de ésta. De este modo el Che Guevara fue el prototipo de una nueva generación revolucionaria, personificando el pensamiento y las prácticas que se extendieron sobre una parte sustancial de esta generación. La autonomía de estos movimientos es un elemento crucial en la comprensión del acercamiento con el Che: con toda franqueza reconocieron su autoridad sin imposiciones políticas ni incentivos materiales, sí en cambio sobre la base de una perspectiva revolucionaria común.
Las fundamentales coincidencias políticas y teóricas entre el Che y la primera camada de revolucionarios eran el reconocimiento de lo central de la conciencia política (subjetividad), en la creación de condiciones revolucionarias. Esta perspectiva entraba en conflicto con los partidos comunistas y la "izquierda democrática" que argumentaban a favor de la "maduración" de las condiciones económicas, es decir, la reproducción del capitalismo durante un largo tiempo, de modo de permitir la formación de una clase trabajadora mayoritaria que -subsecuentemente- reclamaría el liderazgo de una transformación socialista. Esta perspectiva argumentaba que una revolución social no figurara en sus planes y proponía una alianza electoral con la burguesía nacional para crear las condiciones objetivas en las que una futura revolución tendría lugar.
Contra este punto de vista Guevara y los nuevos revolucionarios argumentaban que por debajo de las condiciones existentes en América Latina, el imperialismo ya había creado relaciones de clase y nacionales de explotación y opresión que constituían la base de una lucha revolucionaria. El problema era la intervención política y la educación para crear al sujeto revolucionario, condición básica para una revolución social. El énfasis del Che giraba alrededor de la cuestión del imperialismo como la llave para comprender las dificultades en el desarrollo económico y social, los límites de las alianzas burguesas, y la ineficacia de los procesos electorales. El Che y su generación enfatizaban el "voluntarismo", la capacidad de los seres humanos de "hacer" la historia y no, simplemente, responder a impersonales fuerzas de mercado.
El hecho de que el Che y la Revolución Cubana tuvieran lugar a noventa millas de los EE.UU. y fueran exitosos en desafiar y derrotar la intervención norteamericana, dio un tremendo ímpetu a las tendencias voluntaristas o subjetivistas de la izquierda revolucionaria latinoamericana. Uno de los principales dogmas de los reformistas era que la proximidad de América Latina con los EE.UU., su rol como esfera histórica de influencia, y la intervención militar norteamericana eran "realidades objetivas" que imposibilitaban el éxito de una revolución social. La exitosa resistencia de la revolución cubana, basada en la movilización revolucionaria, en la organización política y en la preparación militar, fortalecieron enormemente los argumentos voluntaristas entre la primera ola de revolucionarios latinoamericanos. Ese voluntarismo fue luego consagrado en los escritos revolucionarios del Che, reforzando estas tendencias voluntaristas, desde ideas que tenían el peso y la autoridad moral de la Revolución Cubana. El voluntarismo del Che resonó también en una nueva generación revolucionaria que surgía en Europa (Francia, Italia, Alemania), y los EE.UU. junto con los ataques iniciales de la Revolución Cultural China al orden burocrático de ese país.
Esta primera ola de revolucionarios latinoamericanos ya consolidada la Revolución Cubana, sufrió una serie de contratiempos en bastantes países (Perú, Venezuela, Brasil), aunque la lucha continuó en otros (Colombia, Guatemala). Más importante que eso, de todos modos, fue que el movimiento revolucionario resurgió en diferentes países en una escala más grande y más popular.

La segunda ola: 1968-1976
La muerte del Che Guevara en Bolivia no fue el final de una "aventura revolucionaria" en América Latina, como escribieron muchos académicos y periodistas. Fue, en verdad, el preludio de una nueva y más poderosa ola de actividad revolucionaria. La segunda ola se basó en el análisis y las proyecciones del Che, aunque las formas de organización y las tácticas diferían de las formulaciones originales de Guevara. En Bolivia, un ciclo de movilizaciones populares, bien desde abajo, y un Concejo Militar Nacionalista, se combinaron para dar lugar a una de las más radicales legislaturas en América Latina -la Asamblea Popular- donde los delegados campesinos y trabajadores eran mayoría. Este desarrollo se daba justo tres años después del asesinato de Guevara, en el mismo país que sus críticos habían anunciado que Guevara se había equivocado al internarse en Bolivia. El problema era que la legislatura revolucionaria funcionaba como un gobierno paralelo al de los militares reaccionarios. Si el grupo de Guevara tenía armas, pero no apoyo popular, la legislatura tenía apoyo popular pero no armas. El resultado fue un golpe militar que disolvió la legislatura y comenzó con un período de represión. Una radicalización similar tuvo lugar en Perú, en 1976, entre un grupo de oficiales del Ejército que luego dio origen a un movimiento de masas hacia finales de los 70. En Argentina, una gran sublevación popular, el Cordobazo, fue el punto de partida de una serie de grandes sublevaciones urbanas, del crecimiento de una guerrilla urbana significativa, y del nacimiento de un movimiento de masas nacionalista y socialista radicalizado. En Chile cabe señalar la combinación de movilizaciones urbanas y rurales acompañadas por la elección de un presidente marxista y el comienzo de un período de transformaciones sociales. En México y Uruguay, movimientos de masas urbanas, y la aparición de guerrillas, comenzaron a cuestionar los regímenes de derecha.
Estos desarrollos, confirmaron el análisis del Che en el sentido de que las condiciones en América Latina estaban maduras para una revolución social. La estratégica derrota de EE.UU. en Vietnam llevó a Washington a fiarse más de operaciones secretas, mientras dejaba a los militares latinoamericanos y a sus policías la tarea de cortar el avance revolucionario. El período posterior a 1967 fue marcado entonces, por el avance de nuevos actores revolucionarios, (la clase trabajadora urbana de Argentina, Bolivia, Uruguay y Chile), y nuevas estrategias políticas (políticas electorales, guerrillas urbanas, y luchas de masas), pero los conceptos fundamentales en estos procesos derivaban de la perspectiva guevarista. Las ideas del Che jugaron un enorme rol en la formación de las políticas de la segunda ola.
Sin embargo, las ideas del Che compitieron con otras corrientes de pensamiento, (populismo, electora-lismo, militarismo), que limitaron la capacidad de la izquierda revolucionaria de ofrecer resistencia a la sangrienta contrarrevolución con la que finalizó esta ola a mediados de los 70.

La tercera ola: 1977-1990
La represión desatada por EE.UU., los militares y las clases gobernantes alcanzó niveles sin precedentes. Asesinatos masivos, decenas de miles de arrestados y torturados, cientos de miles de exiliados diezmaron la segunda ola. Las principales organizaciones revolucionarias que permanecieron con capacidad de lucha fueron las FARC de Colombia y los grupos guerrilleros de Guatemala. Un nuevo grupo de protagonistas ocupó un lugar importante en América Central. En Nicaragua los sandinistas derrocaron a Somoza y establecieron un régimen nacionalista, radical y democrático. En El Salvador y Guatemala, la movilización de masas surgió un poco más adelante, sólo para encontrarse con un estado terrorista que, en definitiva, incrementó las fuerzas guerrilleras. En Brasil, la primera huelga masiva de trabajadores metalúrgicos influyó en la formación de sindicatos autónomos en los suburbios industriales de San Pablo, la mayor ciudad industrial de América Latina.
Para mediados de los 80 los movimientos de masas, particularmente en las barriadas populares de Santiago de Chile, se constituyeron en un severo desafío para el régimen de Pinochet. Además había nacido un nuevo grupo guerrillero: el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. La tercera ola revolucionaria emergió ya al final de la derrota norteamericana en Indochina, lo cual explica en parte, la incapacidad de Washington de intervenir con sus propias tropas. El brillante análisis del Che sobre las consecuencias que tendría la derrota norteamericana en Vietnam en la política norteamericana, fue reivindicado en Nicaragua. El éxito de la estrategia guerrillera que culminó con la derrota de Somoza y el avance de las guerrillas del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional y de las de Guatemala, demostraron que la perspectiva revolucionaria del Che continuaba siendo relevante. Contrastantemente, las transiciones electorales negociadas produjeron regímenes incapaces de avanzar en el aspecto de las transformaciones sociales a través de procesos electorales. El control de las capas medias, mediante el terror masivo y la política clientelista, transformaron el proceso electoral en un mecanismo para consolidar y profundizar el neoliberalismo y la impunidad de los militares y las policías secretas.
El avance del proceso revolucionario en América Central y el resurgimiento de la oposición de masas a los militares, provocaron una profunda revisión de estrategias en Washington. Con la cooperación de la burguesía liberal y de una legión de intelectuales que habían sido de izquierda y ahora eran subvencionados, comenzó a montarse una nueva fórmula política para preservar el orden socioeconómico y hacer más intensa aún la penetración imperial: la así llamada "transición democrática".
Las políticas neoliberales, que comenzaron bajo los gobiernos militares, eran profundizadas y expandidas por los nuevos regímenes civiles surgidos de elecciones. Los aparatos estatal y judicial de las dictaduras permanecieron intactos y los asesinos fueron exonerados de sus crímenes por leyes que garantizaron su impunidad.
Hacia el final de los 80, muchos de los países de América Latina eran gobernados por regímenes civiles que compartían el poder con los militares y con Washington. Más sectores que habían sido revolucionarios se unían, dramáticamente, al nuevo consenso orquestado por los EE.UU: los socialistas chilenos, y sectores del MIR, se aliaron con los neoliberales demócrata cristianos; el MIR de Bolivia se alió con el ex dictador Banzer; muchos ex guerrilleros apoyaron a Alfonsín y al archi neoliberal Menem. Los sandinistas firmaron un acuerdo con la presidenta Violeta Chamorro (aliada de los EE.UU.); incluso el FMLN y la URNG firmaron acuerdos de paz con el ala derecha, renunciando a una transformación radical.
Sin embargo, el colapso y/o acomodamiento de la tercera ola de revolucionarios y su rechazo a la crítica revolucionaria del Che al imperialismo y al capitalismo no logró alterar la realidad socio-económica de América Latina. Al contrario, las condiciones empeoraron a través de todo el continente, los pagos de la deuda externa drenaron los recursos, las privatizaciones generaron concentraciones de riqueza y desempleo, y las estrategias exportadoras socavaron la producción agrícola. Las condiciones objetivas, y el surgimiento de una nueva generación de revolucionarios crearon un renovado interés en la visión del Che de una transformación revolucionaria basada en la lucha extraparlamentaria.

La cuarta ola: 1990-2000
La derrota electoral de los sandinistas en 1989, y su asimilación a las políticas electorales y las alianzas burguesas, simbolizan el fin de la tercera ola de actividad revolucionaria. Ningún hito dramático en cambio, marcó el nacimiento de la cuarta ola. Ahora, nuevos movimientos revolucionarios están surgiendo en todo el continente. En Brasil, el Movimiento de los Sin Tierra, quien utiliza el análisis de clase y la acción directa para conseguir la reforma agraria, está construyendo un movimiento de masas que desafía la hegemonía neoliberal. En Colombia las FARC y en menor medida el ELN han multiplicado su influencia particularmente en las zonas rurales. En México los zapatistas en Chiapas, el EPR en Guerrero y otros estados, los movimientos revolucionarios campesinos en Oaxaca fortalecen la idea del renacimiento de las políticas revolucionarias. En Bolivia, miles de organizados cocaleros y muchas organizaciones campesinas regionales, han estado al frente de la lucha contra la intervención norteamericana. En Ecuador, el movimiento extraparlamentario de masas jugó un rol decisivo en derrocar al régimen neoliberal. En Paraguay, la Federación de Campesinos, es liderada por líderes campesinos socialistas. En Guatemala el CUC y en El Salvador, la Alianza Democrática Campesina, han organizado a los campesinos para continuar la lucha revolucionaria por la reforma agraria en el período posterior a los acuerdos de paz.
Sería un error asociar exclusivamente al Che con la lucha armada o guerra de guerrillas, y esto es algo que la cuarta ola de revolucionarios ve como una ruptura con la práctica revolucionaria del Che. De hecho hay una profunda convergencia entre la concepción guevarista de la revolución y las ideas de los nuevos movimientos revolucionarios. Ambos dan gran importancia a:

1) La educación política para preparar a las clases explotadas para su liberación (por sí mismas).
2) La acción directa, ocupaciones de tierras, zonas liberadas, etc.
3) Reconocimiento del lugar central que ocupan las luchas agrarias y antimperialistas
4) Rechazo a las alianzas con la burguesía y a la subordinación de la lucha popular a las elecciones
5) Lo central de las políticas de clase

No es una coincidencia, que muchos de estos movimientos -concientemente- se vean a sí mismos como inspirados por Guevara, su práctica y enseñanzas. Su retrato está en oficinas y aulas de muchos de estos movimientos y no es meramente un ícono de un mártir revolucionario, sino un precursor del espíritu de los nuevos tiempos.
La esencia de las nuevas políticas, es la formación y elaboración de la teoría y la estrategia, como un proceso continuo, una reinvención viva de las categorías marxistas de lucha de clases, y política de clases, en un contexto cambiante. Para ambos -el Che y los nuevos movimientos revolucionarios- el marxismo es estudiado, sus conceptos analíticos claves son extrapolados y adaptados y modificados por la experiencia práctica. Ambos -el Che y los movimiento revolucionarios- no operan con un marco de trabajo teórico complicado, pero tampoco son improvisadores de ideas en el curso de la acción. En todo caso, comienzan con ciertas herramientas básicas del análisis de clases, y las aplican a la realidad concreta de esos países, en el curso del desarrollo de la acción social. Este "marxismo aplicado" tiene así un fuerte contenido "empírico" (no la visión utópica o abstracta) construído en la naturaleza social concreta de los grupos (indígenas, campesinos, instituciones religiosas, etc.), con quienes estos movimientos están comprometidos. Como el Che, los nuevos grupos revolucionarios rechazan el determinismo mecánico y las plataformas teóricas que se habían puesto de moda con los ex-izquierdistas y ex-guerrilleros comprometidos con las políticas neoliberales. Como el Che, los nuevos movimientos revolucionarios rechazan la subordinación de la lucha de masas a la consolidación de la democracia; no aceptan el liderazgo ideológico de los ex-izquierdistas, mientras cambian de transformación social a "modernización". Como el Che, ven la igualdad social y el fin de la explotación, como el elemento clave en el desarrollo de las fuerzas productivas.
El Che Guevara y Fidel Castro creyeron en que "usted no puede construir el socialismo teniendo la gente el signo dólar en sus ojos". De la misma manera el Movimiento Sin Tierra de Brasil, los zapatistas y otros sectores de la cuarta ola, comparten la creencia de que los medios determinan los fines, que la ética y la conducta ética de los líderes y de los militantes, son prototipos o preconfiguraciones de la nueva sociedad. El énfasis en la solidaridad social y en los valores sociales que era tan importante en el pensamiento del Che, y en su práctica, es evidente en el modesto estilo de vida, y en las espartanas e igualitarias condiciones de vida de los líderes y los cuadros de la cuarta ola.
Sin duda hay diferencias en el concepto y la práctica entre el Che y la cuarta ola; en los nuevos movimientos construidos desde abajo, la actividad militar está contextualizada según las circunstancias. Pero más que diferencias conceptuales, las diferencias prácticas entre el Che y los nuevos movimientos revolucionarios, están basadas en el nuevo contexto. Hay oportunidades en algunos casos, de organizarse legalmente, de construir alianzas sociales y combinar formas de lucha; EE.UU. ha recuperado su capacidad de intervenir militarmente, etc. Las condiciones más parecidas a la época del Che, pueden encontrarse en Colombia, Perú y México. Regímenes dictatoriales gobernando bajo una fachada electoral corrupta y venal en los que el estado de terror y la militarización se combinan con la profunda penetración imperialista, militar y económica. Además, al menos en el contexto inmediato, las condiciones políticas favorecen diferentes estilos políticos, aunque el movimiento siga el espíritu revolucionario del Che.


Conclusión
La política del Che Guevara refleja tanto como sintetiza, una generación de pensamiento y práctica políticas. Pero ese pensamiento y práctica, particularmente sus categorías analíticas, su espíritu revolucionario, trascienden su momento particular y resuenan con cada nueva ola revolucionaria. Las experiencias revolucionarias en América Latina, reflejan las olas cíclicas y lo cambiante de las bases regionales, justo como fue la experiencia del Che en Guatemala, Cuba y Bolivia. Che observó que este desarrollo desigual era parte de una realidad en la cual el factor crucial era "capturar" los momentos de alza, los momentos de máximo avance, y extraer las conclusiones, perspectivas y posibilidades futuras. En este sentido no era un "utópico"; era un materialista histórico. El pasado era analizado selectivamente para usarlo en la transformación del mundo actual.
Como el Che era un materialista, creía también que había una continua relación dialéctica entre conciencia y existencia. La relación está basada en la noción de que condiciones objetivas y subjetivas están en una interacción continua que da forma a las posibilidades revolucionarias. En la época en que el Che enfrentaba la pasividad e inercia que obstaculizaban la acción política, se inclinaba hacia la "subjetividad"; cuando por otro lado la acción social ignoraba las realidades objetivas, él empujaba las cosas hacia el "cálculo" de las realidades objetivas; la tensión entre la acción subjetiva y la realidad objetiva estuvo siempre presente en el pensamiento y la práctica del Che.
Hoy, los movimientos revolucionarios reflejan la práctica dialéctica del Che: desafían a los pesimistas que argumentan que la globalización ha impuesto un nuevo orden mundial neoliberal; crean hechos, organizan resistencias y victorias que crean alternativas para conseguir trabajos a obreros y campesinos -vía cooperativas, economías populares locales, comunales, zonas liberadas-. Definen una nueva economía que profundiza y amplía la economía local, y desafía la dominación imperial. Los nuevos revolucionarios rechazan la idea de que con la caída del comunismo, el socialismo ha muerto; hoy sus acciones están inspiradas por ideas socialistas, adaptadas a sus comunidades, a sus realidades sociales.
Probablemente, la más significativa contribución del Che a los movimientos revolucionarios contemporáneos fue su internacionalismo. Su reconocimiento de que el imperialismo estaba en cada rincón del mundo, organizando la explotación, interviniendo militarmente en las más remotas aldeas, socavando las más entrañables prácticas culturales. Para el Che la decisión de ir a Bolivia no fue arbitraria: Bolivia está en el corazón de América, y él sostenía que ese era el lugar desde donde la acción revolucionaria iba a irradiarse al resto de América Latina. El error táctico es superado por la concepción estratégica de que era necesario que la lucha internacional ocupara una posición central para vencer a un enemigo internacional. Hoy los movimientos son todos internacionalistas, y se ocupan de crear alianzas, redes de trabajo y organizaciones. Los zapatistas organizan continuamente una red de trabajo internacional; el MST juega un papel preponderante en la promoción de la Confederación Latinoamericana de Organizaciones Campesinas (CLOC). El espíritu revolucionario internacionalista del Che impregna a los actuales movimientos revolucionarios, y está comenzando a ser una gran respuesta a la globalización capitalista.
Treinta años después del Che su legado revolucionario vive en diferentes formas de organización y en una generación de líderes. El saqueo imperial que adopta la forma de privatizaciones de las empresas públicas, la apropiación de los recursos naturales, el empleo de mano de obra barata y la expulsión de los campesinos ha generado resistencias masivas; de las provincias de Argentina a los campos de Brasil, Bolivia y Paraguay; de las montañas de Ecuador a las comunidades campesinas e indígenas de México, el Che está presente en la mente y el espíritu, corporizado en el pensamiento y la práctica de los nuevos líderes revolucionarios que comparten con sus compañeros y compañeras los peligros y las privaciones. El espíritu del Che aparece en las barracas militares, en los supermercados, en las salas de reuniones de las empresas extranjeras. La CIA habrá matado al hombre, pero hoy sus ideas están más presentes que nunca en la ética, la política, la práctica y la cultura de la nueva ola de movimientos revolucionarios.

NOTA
1. Izquierda democrática, se refiere a grupos políticos vinculados esencialmente a la segunda internacional, que basaron sus políticas en la promoción de la industria nacional, en políticas electorales y reformas sociales, en una especie de capitalismo "bienhechor". Entre esos partidos estaban el APRA (Perú), el Partido de Liberación Nacional (Costa Rica), el régimen de Arbenz (Guatemala), y el Partido Revolucionario Democrático (República Dominicana).

James Petras es docente investigador del Departamento de Sociología de la Universidad del Estado de Nueva York en Binghamton.

Pensador marxista de la praxis

Artículo publicado en la revista digital "América Libre". Entrega Nº10
Intervención de Fernando Martínez Heredia.
Me toca comenzar la primera sesión de trabajo. Una vez más nuestros seminarios, esta vez en Rosario. Es una gran alegría llegar al 30ª aniversario en un tiempo en el que el Che crece para la gente en el mundo entero. Y crece el Che en Argentina, no porque sea un aniversario especial, sino por otras razones.
Me parece también un gran acierto de los organizadores comenzar por una mesa que nos pone frente a la necesidad de plantearnos entre todos preguntas difíciles, importantes, y a empezar a sacarle provecho a uno de los aspectos principales de un encuentro como éste, que es el de profundizar en el conocimiento de los problemas de hoy y de los proyectos posibles. Para profundizar no queda más remedio que hacernos preguntas.
Trataré de no repetir ideas que he expresado en textos ya publicados en América Libre 10 y 11, o en otros anteriores también publicados en este país. El título de la mesa nos remite, ante todo, al problema que José Martí llamaba del "mejoramiento humano". ¿Qué vía nos permitirá avanzar en esa dirección? ¿Lo que llamamos utopía? ¿Lo que llamamos evolución? Pero, ante todo, ¿en qué consiste el mejoramiento humano? Y todavía otra pregunta: ¿es realmente posible el mejoramiento humano?
El viejo problema de la entidad y de los límites del mejoramiento humano encuentra hoy sobre todo respuestas negativas o pesimistas. Nos hemos formado, nuestros antepasados y nosotros, en los siglos del "progreso", esa ideología burguesa de la civilización, de que todo iba a ir hacia adelante. La hemos asumido ingenuamente, porque parecía favorecernos a los socialistas, como una reducción más de las capacidades de desarrollar el marxismo en el siglo XX. En cuanto a los fundamentos de la acción social nos permitía avanzar junto a los burgueses --en realidad bajo su dominio-- hasta que nos llegara nuestro turno histórico-natural; en cuanto a los fundamentos teóricos nos ponía al abrigo de la "Ciencia" --en realidad bajo el evolucionismo y el positivismo-- para "demostrar" que todo progresa: de lo simple a lo complejo, de lo atrasado a lo avanzado, etc. Y naturalmente, todo eso haría de las personas mucho mejores personas, de las sociedades mucho mejores sociedades. Hace unas décadas hasta pareció que esa ideología podía gozar de aceptación general, cuando se declaró que las sociedades más avanzadas iban a ayudar a las menos avanzadas a desarrollarse. Desde hace algunos años toda esa ideología ha caído en un gran descrédito.
Esa es la situación de la que partimos. Por eso podemos parecer, los que nos reunimos --aunque por cierto cada año somos más que el anterior--, una pequeña minoría que --como se suelen permitir tantas cosas-- se permite creer en las utopías, creer en el progreso. Yo quisiera distinguir a una cosa de la otra. Opino que si perseguimos la utopía, preferimos por tanto la vía revolucionaria, y no la evolutiva; y que eso cambia las condiciones y aumenta las posibilidades de conseguir objetivos ambiciosos en cuanto al mejoramiento de las personas y los cambios de las sociedades. Es el primer problema que planteo. Hay muchos escollos ante esa vía revolucionaria.
El primero es el poder inmenso que tiene la dominación capitalista en las sociedades actuales, la cultura de la dominación. El segundo es el de las insuficiencias profundas que tienen y han tenido los intentos, las ideas, las visiones opuestas a la dominación. Los movimientos se vuelven organizaciones, los ideales y los proyectos se vuelven organizaciones y poder, la libertad se vuelve orden y plan, las ideas tienen que convertirse en actuaciones. Entre esos pares que enumero hay tensiones, y hasta contradicciones. Cómo forjar eficaces instrumentos para la liberación que sean siempre eso, instrumentos al servicio de los cambios liberadores y de las personas que luchan por la liberación.
Pese a todas las insuficiencias, retrocesos y derrotas, los movimientos, las ideas y sentimientos de rebeldía han llenado la historia humana con experiencias, identidades, tradiciones, representaciones y proyectos que constituyen una acumulación cultural que es potencialmente muy favorable a los esfuerzos presentes y futuros. Por eso tenemos que insistir una y otra vez en no dejarnos arrebatar la memoria histórica de las rebeldías. Precisamente por ser tan valiosa es que intentan que la olvidemos, tratan de trivializarla o manipularla. Una obra artística reciente propone: "qué bueno era el muchacho fascista, y qué bueno era el muchacho guerrillero antifascista: qué buenos eran los dos".
Los esfuerzos en favor del mejoramiento humano están siempre relacionados con la necesidad de cambios en las sociedades, en sus relaciones e instituciones fundamentales. Cada vez que se ha absolutizado el aspecto del mejoramiento humano respecto a la lucha por cambios sociales profundos, se han producido derrotas o adecuaciones a la dominación. Cada vez que se ha absolutizado el aspecto de tener poderes de grupos en nombre del cambio social, se ha terminado reproduciendo la continuidad de los sistemas de dominación, en nombre de los objetivos de liberación. Y han sobrevenido grandes derrotas. En ambos casos, sin embargo, las derrotas han sido relativas, por la contribución de los grandes esfuerzos de liberación humana a aquella acumulación cultural a la que me refería antes. Me parece que lo único acertado, entonces, es combinar bien ambas dimensiones: las transformaciones de los individuos, de la gente y las transformaciones de las sociedades.
Aunque a escala mundial predomina el capitalismo, sus propios procesos y las iniciativas y luchas de millones ya han producido cambios en las personas que las hacen más capaces de avanzar hacia la liberación y de representársela mejor. Por ejemplo, el lugar de las mujeres en las sociedades, y las relaciones de géneros, registran cambios muy notables; pero además el deber ser que se acepta en este campo es extraordinario respecto a lo conseguido, y eso es muy importante. Los deseos y los proyectos de realizar ese deber ser encuentran obstáculos en el orden existente.
En segundo lugar, como resultado de tantas luchas y de las reformulaciones de los poderes existentes ha habido cambios en las relaciones y en las instituciones sociales, avances de la organización social que han tenido que reconocerse. Por ejemplo, ya es general entender que el régimen democrático con ejercicio pleno de los derechos humanos y ciudadanos es el único legítimo y deseable. Aunque su realización práctica sea profundamente limitada e incluso burlada en la mayoría de las sociedades. Ya no se puede, por ejemplo, implantar las formas más feroces de represión institucional en nombre de la seguridad nacional. Cualquiera puede apreciar que el orden existente pone obstáculos a la realización de la democracia.
Existe una inmensa acumulación cultural constituida por las autoidentificaciones, los caminos recorridos, las pruebas, las luchas, los radicalismos, las revoluciones, las negociaciones, las derrotas, las adecuaciones y retornos progresivos a las maneras de vivir y de gobernar de los dominantes, que sin embargo nunca pueden mandar como antes. Se trata de una masa de experiencias, sentimientos e ideas que dejan huellas profundas en los individuos y los grupos humanos, y que pueden contribuir decisivamente a la formación de nuevas expectativas que se compartan por grandes núcleos de personas. Las esperanzas, los deseos y los proyectos son mucho más fuertes si ya se han formulado antes, si ya han existido.
El capitalismo actual es el rector de lo que muchos llaman globalización. No voy a opinar aquí sobre las palabras, aunque estimo que la discusión acerca del lenguaje --y el combate en el terreno del lenguaje-- deben ser considerados básicos para el conocimiento social si este va a ayudar a encontrar caminos para vencer al sistema vigente. La universalización de los procesos sociales se ha profundizado y acelerado en las últimas décadas, y se ha vuelto tangible por todas partes en la actualidad. Lo determinante en esa tendencia, repito, es el control que ejerce sobre ella el capitalismo. Este conjuga la existencia de una brecha honda y creciente entre los países centrales y la mayoría miserable, depredada, explotada y sin oportunidades del planeta, por una parte, con la presencia, prácticamente en todos los países, de cierto número de procesos, relaciones e instituciones que son típicos del capitalismo desarrollado.
La homogeneización de las conductas, de los consumos deseados y de los valores, es inducida a escala mundial por el capitalismo centralizado. Es esencial para su dominación que los individuos que están activos en el llamado Tercer Mundo persigan los ideales que en abstracto les formula el llamado Primer Mundo. Y que cada modernización equivalga, en la realidad, a mayor sujeción.
El capitalismo actual parece triunfante, pero ya carece de razones para mostrarse triunfalista. Ha logrado instituir individuos histórico-universales --aquella primera premisa de la revolución proletaria mundial que exponía Marx en 1846--, y ha tenido éxito en universalizar sus instituciones. Pero más que realizar su proclamado ideal individualista --la oposición libre y egoísta de todos contra todos--, lo que ha hecho es excluir a una gran parte de la gente en todo el mundo de la vida que se considera indispensable. El proceso profundamente perverso por el cual la libertad prometida fue convertida en liberalismo, ha llevado en la actualidad a las mayorías a la indefensión social y la impotencia política, y a formas extremas de miseria material y espiritual. La idea profundamente errónea de que el hombre estaba destinado a la conquista de la naturaleza no ha podido ser rectificada ni siquiera hoy, cuando es obvio que el planeta mismo está en peligro. Y eso se debe a que la ganancia capitalista es el motor principal e incontrastado del sistema. El capitalismo está enredado en el desarrollo de su propia naturaleza. Esa contradicción insoluble corroe cada vez más sus capacidades, antes maravillosas, de renovar sus instituciones y sus propuestas.
La antigua y cautivadora propuesta está ahora reducida a una cultura del miedo, la indiferencia, la resignación y la fragmentación. El temor ocupa un espacio importante en la cultura del capitalismo. El miedo a que no sea posible preservar el precario empleo que se tiene, el miedo a que vuelva una dictadura, el miedo a no poseer una tarjeta de crédito y un guardia armado, o una vivienda, un trabajo, un espacio y una oportunidad para sobrevivir. Quiere reinar la cultura de la indiferencia de unos frente a otros, y asumir la forma coloquial de un sálvese quien pueda. La idea misma de solidaridad parece implanteable. En amplios sectores de poblaciones "civilizadas" la ancianidad no encuentra otra protección que la muerte, como sucede en algunos de los grupos humanos de vida más precaria del planeta y en ciertas especies animales; y a diferencia de estos, lo mismo se propone a la infancia mediante la esterilización. La cultura de la resignación sustituye a la imposibilidad de legitimar tantas iniquidades mediante las antiguas crencias en la desigualdad "natural" o el racismo, a estas alturas de la historia humana. La resignación desalienta no solo a las rebeldías sino a proponer los más moderados reclamos sociales y políticos. La cultura de la fragmentación amenaza controlar las formas en que se socializan y se admiten las diversidades humanas, para que ellas no constituyan un enriquecimiento social, sino un debilitamiento de los oprimidos.
La promesa socialista no ha podido ser cumplida en el mundo, pero el capitalismo de hoy ya ni siquiera hace promesas. Se está llevando a cabo una gigantesca y sistemática guerra cultural a escala mundial, para imponer los consensos del miedo, la indiferencia, la resignación y la fragmentación. Y no es para menos, porque los niveles generales de conciencia, de conocimientos o de lucidez que se han alcanzado permiten advertir que está en curso una degradación de los seres humanos, de las sociedades y del medio.
Tenemos que ser capaces de ver las señales, los signos de crisis. El capitalismo está todavía en posiciones muy favorables respecto a la formación de movimientos de rebeldía contra él. Conserva una extraordinaria capacidad de absorber o disgregar las oposiciones. Para cambiar esa situación la actividad humana de resistencia y de rebeldía tiene ante sí el reto de volverse capaz.
Hay dos posiciones, dos respuestas, que parecen de oposición al sistema. Insisto en su carácter perjudicial y en su ineficacia. Una de ellas es el posibilismo, la adecuación relativa, la sujeción rigurosa a las reglas del juego de la dominación y hasta tornarse el paladín de ellas, la reducción al mínimo de las diferencias con el orden vigente y sus consecuencias. Esta rendición puede ser embozada de varias maneras, como son la oposición declarativa a alguna de las formas que asume el capitalismo, o erigirse en conciencia moral del sistema. El colaboracionismo de fin de siglo propone "novedades" como la formación de una alianza de centroizquierda en la que tanto el centro como la izquierda dejen de ser lo que se supone que han sido y se parezcan cada vez más uno al otro.
La otra posición consiste en mantenerse dentro del dogma, la secta y la añoranza del pasado. Permanecer dentro de una casa --o una cueva--, no salir a la intemperie; ellos parecen creer: no importa que seamos pocos y que nadie nos haga caso, pero así no corremos el peligro de perder nuestra (supuesta) virginidad. Lo peor es que su soberbia "materialista" o "proletaria" no se alberga solo en clérigos trasnochados o interesados; ella afecta también a buen número de compañeros esforzados que quieren rechazar activamente al capitalismo. Esta posición es muy confusionista, porque parece ser la de oposición verdadera y radical; con ello, además de ineficaz resulta favorable a la hegemonía de la burguesía, que exhibe así un "enemigo" tolerado e inocuo. En realidad ambas posiciones, pese a tener contenidos tan opuestos, son funcionales a la dominación capitalista.
Entiendo entonces que es imprescindible elaborar y discutir otras posiciones y vías de acción, elaborar y discutir otros proyectos, y que ellos están obligados a partir del análisis más lúcido y honesto, incluso despiadado y negado a falsas ilusiones, de lo existente, y están obligados a partir de una posición de principios radicalmente anticapitalista. Para esa tarea el Che Guevara puede resultar sumamente importante, mucho más de lo que es como imagen, y tanto como lo es como ejemplo. Me parece que el Che ejemplo de revolucionario es fundamental, y lo seguirá siendo durante mucho tiempo. Pero el Che pensador revolucionario sigue siendo bastante desconocido, y sin embargo tendrá que desempeñar papeles cada vez mayores, siempre unido a su ejemplo, que no son separables.
He dedicado la mayor parte de mi exposición a las condiciones en que se encuentra hoy la lucha por la utopía de una sociedad de hombres y mujeres nuevos, para ayudar en algo al debate que nos proponemos. De manera muy sintética apuntaré ahora lo que pienso sobre los aportes que puede darnos el Che.
El primer aporte del Che es siempre el Che mismo: su personalidad, sus hechos, sus ideas y su leyenda. Para sacarle mayor provecho a sus aportes, llamo la atención sobre la necesidad de tener en cuenta su circunstancia y sus rasgos básicos. Che se formó como tal en una gran revolución social, la cubana. En ella el presente se tornó cambios. El presente normal es cotidiano, se alarga a lo sumo hasta la semana próxima, está relacionado con la sobrevivencia y la actividad de conjunto del sujeto, con el trabajo y la familia. La gran revolución convirtió al presente en cambios profundos, de la sociedad y de las personas. Y el futuro, esa proyección del material con que vivimos la cotidianidad y los sueños individuales, expresado en lo que pensamos llegar a tener trabajando, estudiando, negociando, creyendo, en el propósito del ahorro, en el crecimiento de los hijos, etc., ese futuro se convirtió en proyectos, se socializó y se tornó trascendente. Esa circunstancia, la conversión del presente en cambios y del futuro en proyectos, es la que formó el pensamiento y la acción del Che. El héroe de la guerra, el dirigente, alcanzó su estatura mayúscula por estar a la altura teórica y práctica planteada por aquellos retos.
En segundo lugar, el Che pensador revolucionario fue a la vez protagonista famoso de hechos muy radicales. Esto le da a su pensamiento una carga de prestigio y un atractivo extraordinarios, aún si es poco conocido, aún si uno más bien lo esgrime como referente de ideales. Alguna vez Antonio Gramsci señalaba que El Capital también sirve a un militante que no lo ha leído, pero sabe que allí se demuestra que los burgueses son los explotadores, y que hay compañeros suyos capaces de explicarlo. Además, la relación ideales-actuación-teoría --que tiene consecuencias a lo interno de su teoría-no permite atribuir a las ideas del Che una gama demasiado amplia de significaciones, de modo que a pesar de su gran riqueza no deja puertas abiertas a las manipulaciones.
Expreso telegráficamente los rasgos del Che que considero que hoy pueden constituir aportes para la utopía de una sociedad de hombres y mujeres nuevos.
1. el Che rompe el consenso con el orden vigente. El Che es igual a rebeldía. En las condiciones actuales identifica la no rendición, la constancia, la intransigencia. Forma parte de una memoria histórica de lo que pueden lograr los seres humanos a través de la lucha, y potencia el significado de esa memoria.
2. El Che restablece la continuidad de la propuesta anticapitalista socialista, una corriente específica de rebeldía y de ideas que tiene una historia desde el siglo XIX hasta hoy, de la cual ninguna persona honesta puede separar al Che. El socialismo revolucionario cuenta con una maravillosa tradición de luchadores y pensadores, de héroes y mártires, de experiencias, ideas y proyectos; es la corriente que ha llegado más lejos en realizaciones prácticas anticapitalistas y ha sido el horizonte más revolucionario para las luchas de liberación del mundo que ha sido víctima de la mundialización capitalista. Contra ella se han puesto en juego todas las capacidades del sistema: criminalidad, competitividad económica, medios políticos, ideológicos, culturales. El Che rebelde que recibe reconocimiento hoy es un combatiente y un pensador que vivió y murió por las revoluciones socialistas de liberación nacional y por el proyecto comunista de vida y de sociedad.
3. el Che no es identificable con el pasado del socialismo sino con su futuro. Los esfuerzos y los proyectos maravillosos del socialismo fueron desnaturalizados o abandonados muchas veces a lo largo del siglo, aplastados o recortados por los mismos que decían defenderlos. La idea misma de socialismo fue golpeada y desprestigiada a fondo en la última década. El Che fue un hereje por su pensamiento y por sus actos --como lo fue la revolución cubana-- en el mundo de los años 60, a la vez que eran los ortodoxos de la revolución y del marxismo bien entendidos. Ese hecho pone al Che en condiciones muy favorables de servir bien a la tarea urgente de recuperar la herencia de luchas y sobre todo de recrear y crear el proyecto de cambio más ambicioso.
4. El Che nos propone hoy valores más que cualquier otra cosa. Ética, entusiasmo, mística, consecuencia, correspondencia entre los dichos y los hechos, son sus reclamos. Dadas las necesidades fundamentales actuales, y dada la debilidad organizativa que tienen hoy los anticapitalistas, esa propuesta puede ser la más idónea para avanzar.
5. En su pensamiento y en su actividad, el Che desarrolla mucho las relaciones entre la actuación y la vida cotidianas, por un lado, y los objetivos finales que se tienen. Es el hombre de los "cómo", y no solamente de las grandes palabras. El hombre que enlaza las grandes frases con las tareas más concretas, y relaciona las mediaciones de las tareas revolucionarias con los principios generales que deben regirlas.
6. El Che es un pensador marxista de la praxis, opuesto al determinismo. Ayuda a fundamentar teóricamente la oposición a las formas teorizadas de adecuación al sistema dominante y a la resignación como actitud. Ayuda a oponerse a la espera de lo que en otras épocas se llamaban "condiciones objetivas". Ayuda a fundamentar los papeles de la convicción y de la actuación, a la vez que ayuda a que la necesidad de teoría sea viable y eficaz para el movimiento revolucionario.
Para terminar, insisto en que las próximas propuestas de liberación humana tendrán que ser muy superiores a todas las que han existido hasta hoy. Y no por exceso de radicalismo, sino simplemente por elemental necesidad. El aporte del Che a esa empresa grandiosa y ardua puede ser decisivo.
Fernando Martínez Heredia es investigador y sociólogo cubano. Autor del libro «El Che, el socialismo y el comunismo».

"El humanismo revolucionario del Che"

Michael Löwy
(Fragmento publicado en la revista digital "América Libre")
(entrega Nº11: Ernesto "che" Guevara, 30º aniversario)
Vivimos en una época de marcha triunfal de la mundialización neo-liberal, de hegemonía abrumadora del «pensamiento único». Para enfrentar el sistema capitalista, en su globalidad intrínsecamente perversa, necesitamos más que nunca de formas de pensamiento y de acción que sean universales, globales, planetarias. De ideas y de ejemplos que sean antagónicos, de la manera más radical, a la idolatría del mercado y del dinero, que se transformó en la religión dominante. Ernesto Che Guevara, como pocos otros dirigentes de la izquierda en el siglo XX, fue un espíritu universal, un internacionalista y un revolucionario consecuente.
Por estas razones, no es de sorprender el interés que suscita, en los últimos tiempos, la figura del Che Guevara. La cantidad de libros, conferencias, artículos, películas y discusiones sobre él no se explica solamente por el efecto conmemorativo del 30º aniversario. ¿Quién se interesaba, en 1983, por los 30 años de la muerte de Stalin?
Los años pasan, las modas cambian, a los modernismos suceden los post-modernismos, las dictaduras son reemplazadas por las democraduras, el keynesianismo por el neo-liberalismo, el muro de Berlín por el muro del dinero. Pero el mensaje del Che Guevara, treinta años después, es una antorcha que sigue quemando, en este oscuro y frío final de siglo.
En sus «Tesis sobre el concepto de historia», Walter Benjamín -el pensador marxista judío-alemán que se suicidó en 1940 para no caer en las manos de la Gestapo- escribía que la memoria de los antepasados vencidos y asesinados es una de las más profundas fuentes de inspiración de la acción revolucionaria de los oprimidos. Ernesto Guevara -junto con José Martí, Emiliano Zapata, Augusto Sandino, Farabundo Martí y Camilo Torres- es una de estas víctimas que cayeron de pie, peleando con las armas en la mano, y que se han vuelto para siempre semillas del futuro sembradas en la tierra latinoamericana, estrellas en el cielo de la esperanza popular, carbones ardientes bajo las cenizas del desencanto.
En todas las manifestaciones revolucionarias en América Latina de los últimos años, de Nicaragua a El Salvador, de Guatemala a México, se percibe la presencia, a veces invisible, del «guevarismo». Su herencia se manifiesta tanto en la imaginación colectiva de los combatientes, como en sus debates sobre los métodos, la estrategia y la naturaleza de la lucha. Se puede considerar el mensaje del Che como una semilla que germinó, durante estos treinta años, en la cultura política de la izquierda latinoamericana, produciendo ramas, hojas y frutos. O como uno de los hilos rojos con los cuales se tejen, de la Patagonia hasta el Río Grande, los sueños, las utopías y las acciones revolucionarias.
¿Estarían hoy en día superadas las ideas del Che? ¿Sería ahora posible cambiar las sociedades latinoamericanas, en las cuales una oligarquía atrincherada en el poder desde siglos monopoliza los recursos, las riquezas y las armas, explotando y oprimiendo al pueblo, sin revolución? Es la tesis que defienden en los últimos años algunos teóricos de la izquierda realista en América Latina, empezando por el talentoso escritor y periodista mexicano Jorge Castañeda, en su reciente libro La utopía desarmada (1993). Pero, a pocos meses de publicado el libro, se dio el levantamiento insu-rreccional de los indígenas de Chiapas, bajo el liderazgo de una organización de utopistas armados, el EZLN, cuyos principales dirigentes tienen sus orígenes en el guevarismo. Es verdad que los zapatistas, contrariamente a los grupos de guerrilla tradicionales, no tienen por objetivo «tomar el poder», sino suscitar la auto-organización de la sociedad civil mexicana en vista de una profunda transformación del sistema social y político del país. Pero sin el levantamiento de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional no se hubiera transformado en una referencia para las víctimas del neo-liberalismo, no sólo en México, sino en toda la América Latina y en el mundo.
Curiosamente, el mismo Jorge Castañeda, en un artículo reciente, publicado en la revista Newsweek, empieza a preguntarse si será realmente posible redistribuir, por métodos democráticos, la riqueza y el poder, concentrados en manos de la élites ricas y poderosas, transformando las estructuras sociales ancestrales de América Latina: si esto se revela, en finales del siglo, demasiado difícil, habrá que reconocer que «después de todo, Guevara no estaba tan equivocado».(1)
El Che no fue solamente un combatiente heroico, sino también un pensador revolucionario, el portador de un proyecto político y moral, de un conjunto de ideas y valores por las cuales luchó y murió. La filosofía que le da a sus opciones políticas e ideológicas su coherencia, su color, su temperatura, es un profundo y auténtico humanismo revolucionario.(2) Para el Che, el verdadero comunista, el verdadero revolucionario es aquel que considera siempre los grandes problemas de la humanidad como sus problemas personales, aquel que es capaz de «sentirse angustiado cuando se asesina a un hombre en cualquier rincón del mundo y sentirse entusiasmado cuando en algún rincón del mundo se alza una nueva bandera de libertad». El internacionalismo del Che -a la vez modo de vida, fe secular, imperativo categórico y patria espiritual- fue la expresión más auténtica, más pura, más combativa y más concreta de este humanismo revolucionario.(3)
Hay una frase de Martí que el Che citaba con frecuencia en sus discursos y en la cual veía «la bandera de la dignidad humana»: «Todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre». La lucha por esta dignidad es el principio ético que va a inspirar a Ernesto Guevara en todas sus acciones, desde la batalla de Santa Clara hasta la última tentativa desesperada en las montañas de Bolivia. Tiene tal vez su origen en el Don Quijote, obra que el Che leía en la Sierra Maestra, en los «cursos de literatura» que daba a los reclutas campesinos de la guerrilla, y héroe con el cual se identificaba, irónicamente, en la última carta a sus padres. Pero no por eso es ajena al marxismo. ¿No ha escrito el propio Marx: «El proletariado necesita de su dignidad más todavía que de su pan?» («El comunismo del Observador Renano», septiembre del 1847).
El humanismo del Che era, sin duda ninguna, marxista -pero se trata de un marxismo «heterodoxo», muy distinto de los dogmas de los manuales soviéticos, o de las interpretaciones «estructuralistas» y «anti-humanistas» que se desarrollaron en Europa y América Latina a partir de mediados de los años ‘60. Si el joven Marx de los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844 le interesa tanto, es porque plantea «concretamente al hombre como individuo humano y los problemas de su liberación como ser social», y porque insiste en la importancia de la conciencia en la lucha contra la enajenación: «Sin esta conciencia, que engloba la de su ser social, no puede haber comunismo». Pero el Che también descubre, con su profunda sensibilidad, el humanismo de El Capital: «El peso de este monumento de la inteligencia humana es tal que nos ha hecho olvidar frecuentemente el carácter humanista (en el mejor sentido de la palabra) de sus inquietudes. La mecánica de las relaciones de producción y su consecuencia, la lucha de clases, oculta en cierta medida el hecho objetivo de que son hombres los que se mueven en el ambiente histórico».(4)
Enemigo mortal del capitalismo y del imperialismo, Ernesto Guevara soñaba con un mundo de justicia y libertad en el cual el hombre deje de ser un lobo para los otros hombres. El ser humano de esta nueva sociedad, que el Che llamaba «el hombre nuevo» o «el hombre del siglo XXI» sería el individuo que ha roto las cadenas de la enajenación, y que se relaciona con los demás con lazos de solidaridad real, de fraternidad universal concreta. (5) Este mundo nuevo, más allá de la esclavitud capitalista, no podía ser sino el socialismo. Es conocido su planteamiento en la célebre «Carta a la Tricontinental» (1967): «No hay más cambios que hacer: o revolución socialista o caricatura de revolución».
Aunque el Che nunca llegó a elaborar una teoría acabada sobre el papel de la democracia en la transición socialista -tal vez la principal laguna de su obra- rechazaba las concepciones autoritarias y dictatoriales que tanto daño hicieron al socialismo en el siglo XX.(6) A los que pretendieron, desde arriba, «educar al pueblo» -falsa doctrina ya criticada por Marx en las Tesis sobre Feuerbach (¿quién va a educar al educador?) -el Che contestaba, en un discurso del 1960: «La primera receta para educar al pueblo ... es hacerlo entrar en revolución. Nunca pretendan educar a un pueblo, para que, por medio de la educación solamente, y con un gobierno despótico encima, aprenda a conquistar sus derechos. Enséñenle, primero que nada, a conquistar sus derechos, y ese pueblo, cuando esté representado en el gobierno, aprenderá todo lo que se le enseñe, y mucho más: será el maestro de todos sin ningún esfuerzo». En otras palabras: la única pedagogía emancipadora es la auto-educación de los pueblos por su propia práctica revolucionaria- o, como lo planteaba Marx en la Ideología Alemana, «en la actividad revolucionaria, el cambio de sí mismo coincide con la modificación de las condiciones».(7)
Sus ideas sobre el socialismo y la democracia estaban aún en evolución en el momento de su muerte, pero se observa claramente en sus discursos y escritos un posicionamiento cada vez más crítico hacia el así llamado «socialismo real» de los herederos del stalinismo. En su famoso «Discurso de Argel» (febrero del 1965), él llamaba a los países que se reclamaban del socialismo a "liquidar su complicidad tácita con los países explotadores del Occidente», que se traducía en las relaciones de intercambio desigual que llevaban con los pueblos en lucha contra el imperialismo. Para el Che «no puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad que se construye o está construido el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista».(8)
Analizando en su ensayo de marzo de 1965, «El socialismo el hombre en Cuba» los modelos de construcción del socialismo vigentes en Europa oriental, el Che rechazaba, siempre a partir de su perspectiva humanista revolucionaria, la concepción que pretendía «vencer al capitalismo con sus propios fetiches»: «Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía tomada como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etc), se puede llegar a un callejón sin salida ... Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer el hombre nuevo».(9)
Uno de los principales peligros del modelo importado de la URSS es el incremento de la desigualdad social y la formación de una capa privilegiada de tecnócratas y burócratas: en este sistema de retribución «son los directores quienes ganan cada vez más. Basta ver en el último proyecto de la RDA, la importancia que adquiere la gestión de director, o mejor, la retribución de la gestión del director».(10)
El socialismo en las Américas, decía José Carlos Mariátegui, no debe ser copia y calco, sino creación heroica. Esto fue precisamente lo que trató de hacer el Che, al rechazar las propuestas de copiar los modelos «realmente existentes», y al buscar una vía nueva, más radical, más igualitaria, más fraterna, más humana, más consecuente con la ética comunista, hacia el socialismo.
Ocho de octubre del 1967: fecha que quedará para siempre en el calendario milenario de la marcha de la humanidad oprimida hacia su auto-emancipación. Las balas pueden asesinar a un combatiente de la libertad pero no sus ideales. Estos sobrevivirán, siempre y cuando germinen en la conciencia de las generaciones que retoman la lucha. Es lo que han descubierto, para su rabia y decepción, los miserables que mataron a Rosa Luxemburgo, a León Trotsky, a Emiliano Zapata y al Che Guevara.
El mundo de hoy, después del fin del llamado «socialismo real», el mundo de la idolatría del dinero y de la religión neo-liberal, parece que está a muchos años-luz de la época en la que luchó y soñó Ernesto Guevara. Pero, para los que no creen en el pseudo-hegeliano «fin de la historia», ni en la eterna perennidad de la explotación capitalista, para los que rechazan las monstruosas injusticias sociales generadas por este sistema, y la marginalización de los pueblos del Sur por el «nuevo orden mundial» imperialista, el mensaje humanista y revolucionario del Che es, hoy más que nunca, una ventanilla abierta hacia el futuro.


NOTAS
1. Jorge Castañeda, «Rebels Without Causes», Newsweek, January 13, 1997: «We may discover, by the end of the century (...) that Che Guevara had a point, after all».

2. He tratado de analizar la filosofía del Che en mi libro El pensamiento del Che Guevara, México, Siglo XXI, 1971 (quince ediciones).

3. E. Che Guevara, Obras 1957-1967, La Habana, Casa de las Américas, 1970, tomo II, pp. 173, 307. Véase también p. 432: La revolución cubana ... es una revolución con características humanistas. Es solidaria con todos los pueblos oprimidos del mundo. Como lo dice sencilla y poéticamente Roberto Fernández Retamar: al Che «no le preocupaba estar al día: lo que le preocupaba era ofrecer al mediodía de la justicia el caudal de sus conocimientos. Y la justicia le reclamó vincularse con los humillados y ofendidos, echar su suerte con los pobres de la tierra», «El Che, imagen del pueblo», Contracorriente, La Habana, Diciembre 1996, Nº6, p.4.

4.«Sobre el sistema presupuestario de financiamiento», 1964, Obras, II, p. 252.

5. Aunque el Che retoma un lenguaje tradicional al hablar del «hombre», esto no quiere decir que fuera un cómplice del patriarcado. Muchos años antes que el tema se volviera candente, él denunciaba, en un discurso del marzo del 1963, las burdas «manifestaciones de discriminación de la mujer» que persistían en Cuba y la ausencia de una verdadera «igualdad de derechos»: «¿Qué indica esto? Pues, sencillamente, que el pasado sigue pensando en nosotros; que la liberación de la mujer no está completa». Obras, I, p. 108. Véanse los comentarios aclaradores sobre este tema en el importante libro de Luis Vitale, Che, una pasión latinoamericana, Buenos Aires, Ediciones Al Frente, 1987, pp. 64-68.

6. Fernando Martínez Heredia tiene razón de subrayar: «Lo incompleto del pensamiento del Che ... tiene incluso aspectos positivos. El gran pensador está ahí, señalando problemas, caminos, mostrando modos, exigiendo a sus compañeros pensar, estudiar, combinar práctica y teoría. Resulta imposible, cuando se asume realmente su pensamiento, dogmatizarlo y convertirlo en otro bastión especulativo y otro recetario de frases». «Che, el socialismo y el comunismo», en Pensar el Che, Centro de Estudios sobre América -Editorial José Martí», La Habana 1989, tomo II, p. 30. Véase también el libro con el mismo título de Fernando Martínez Heredia, Che, el socialismo y el comunismo, La Habana, Premio Casa de las Américas, 1989.

7. E. Che Guevara, Obras, II, p. 87.

8. Ernesto Che Guevara, Obras, tomo II, p. 574.

9. Obras, II, pp. 371-72. Véase también la célebre entrevista con el periodista francés Jean Daniel en julio del 1963: «El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo contra la enajenación. (...) Si el comunismo pasa por alto los hechos de conciencia, podrá ser un método de reparto, pero no es ya una moral revolucionaria». L’Express, París, 25 de julio del 1963, p. 9.

10. E. Che Guevara, «Le plan et les hommes», Oeuvres, París, Maspero,
1972, vol. VI, Textes Inédits, p. 90.