PREFACIO -"Marx y su concepto del hombre", Erich Fromm,1961-

La filosofía de Marx, como una gran parte del pensamiento existencialista, representa una protesta contra la enajenación del hombre, su pérdida de sí mismo y su transformación en una cosa; es un movimiento contra la deshumanización y automatización del hombre, inherente al desarrollo del industrialismo occidental. Es despiadadamente crítica de todas las "respuestas" al problema de la existencia humana que tratan de aportar soluciones por la negación o simulación de las dicotomías inherentes a ella. La filosofía de Marx tiene sus raíces en la tradición filosófica humanista de Occidente, que va de Spinoza a Goethe y Hegel, pasando por los filósofos franceses y alemanes de la Ilustración y cuya esencia misma es la preocupación por el hombre y la realización de sus potencialidades. Para la filosofía de Marx, que ha encontrado su expresión más articulada en los Manuscritos económico- filosóficos, el problema central es el de la existencia del individuo real, que es lo que hace, y cuya "naturaleza" se desarrolla y se revela en la historia. Pero, en contraste con Kierkegaard y otros, Marx contempla al hombre en toda su concreción, como miembro de una sociedad y una clase dadas y, al mismo tiempo, como cautivo de éstas. La plena realización de la humanidad del hombre y su emancipación de las fuerzas sociales que lo aprisionan está ligada, para Marx, al reconocimiento de estas fuerzas y al cambio social basado en este reconocimiento. La filosofía de Marx es una filosofía de protesta; es una protesta imbuida de fe en el hombre, en su capacidad para liberarse y realizar sus potencialidades. Esta fe es un rasgo del pensamiento de Marx que ha sido característico de la actitud occidental desde fines de la Edad Media hasta el siglo XIX y que ahora es tan escasa. Por esta misma razón, para muchos lectores infectados por el espíritu contemporáneo de resignación y el renacimiento de la idea del pecado original (en los términos de Freud o de Niebuhr), la filosofía de Marx parecerá superada, anticuada, utópica —y por esta razón, cuando no por otras, rechazarán la voz de la fe en las posibilidades del hombre y de la esperanza en su capacidad para llegar a ser lo que potencialmente es. Para otros, sin embargo, la filosofía de Marx será una fuente de nueva visión y esperanza. Grande como es la importancia de la filosofía marxista como fuente de visión filosófica y como antídoto contra la actitud generalizada —velada o abiertamente— de resignación, hay otra razón, no menos importante, para su publicación en este momento. Una de las ironías peculiares de la historia es que no haya límites para el malentendimiento y la deformación de las teorías, aun en una época donde hay acceso ilimitado a las fuentes; no hay un ejemplo más definitivo de este fenómeno que lo que ha sucedido con la teoría de Karl Marx en las últimas décadas. Se hacen continuas referencias a Marx y al marxismo en la prensa, los discursos políticos, los libros y los artículos escritos por estudiosos de las ciencias sociales y filósofos respetables; no obstante, con pocas excepciones, parece que los políticos y periodistas jamás han echado siquiera una mirada a una línea escrita por Marx y que los estudiosos de las ciencias sociales se contentan con un conocimiento mínimo de Marx. Aparentemente se sienten seguros actuando como expertos en este terreno, puesto que nadie con prestigio y posición en el reino de la investigación social pone en cuestión sus ignorantes afirmaciones. La crítica a Marx es, sin embargo, algo muy distinto del juicio acostumbrado, fanático o condescendiente, tan característico de las opiniones actuales sobre él. Estoy convencido de que sólo si entendemos el sentido real del pensamiento de Marx y podemos diferenciarlo, en consecuencia, del seudomarxismo ruso y chino, seremos capaces de entender las realidades del mundo de hoy y estaremos preparados para enfrentarnos realista y positivamente a su reto.

El marxismo y la formación del hombre nuevo

El pensamiento marxista, nutriéndose de toda la obra de creación humana que le antecedió, sitúa al hombre no sólo como centro de sus preocupaciones filosóficas, sino que propone las vías para lograr una verdadera existencia humana, y en ese sentido proyecta la formación de un hombre nuevo, un individuo superior, plenamente emancipado y desarrollado multifacéticamente en todos sus aspectos, es decir, perfeccionado espiritual, moral, físico y estéticamente.
El humanismo marxista no se basa en una concepción general abstracta del hombre, sino en una visión histórica y social, es decir concreta de lo humano; donde el hombre es, a la vez que creador, resultado de la sociedad en que vive.
Para Marx el hombre es ante todo el conjunto de sus relaciones sociales "... la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de sus relaciones sociales”. (2) Relaciones que no son puramente espirituales, entre conciencias, sino la unidad de lo espiritual y lo material, relaciones establecidas a través de la interacción del hombre con la naturaleza en el proceso de producción y reproducción de su vida material y espiritual.
Por medio del trabajo el hombre transforma la naturaleza y crea objetos. El producto es obra humana, proyección u objetivación del hombre. Por medio del trabajo el hombre pone la naturaleza a su servicio, la humaniza, pero, al mismo tiempo el hombre se eleva sobre ella, se remonta sobre su ser natural; en una palabra, se humaniza a sí mismo. Si el trabajo es de este modo, la autoexpresión del hombre y el proceso de su autodesarrollo, debería ser pues, fuente de satisfacción para éste, pero pierde esta posibilidad en el proceso de su enajenación, en la conversión del trabajador en mercancía, efecto de la división social del trabajo, que en las condiciones de la propiedad privada, lo reduce a una fracción de hombre.
Marx analiza la relación existente entre propiedad privada y trabajo enajenado. El trabajo enajenado se vincula con la naturaleza esencial de la propiedad privada y con su desarrollo, por lo que la liquidación de la propiedad privada en un estadio dado del desarrollo social— a través de la revolución social del proletariado— implica simultáneamente la eliminación del trabajo enajenado.

Ya Hegel, en la Fenomenología del Espíritu, había tratado el problema de la enajenación, visto como un recurso de negación dialéctica que permite un autoconocimiento del Espíritu Absoluto, en tanto desaparece la relación sujeto objeto, para nivelarse en la relación sujeto—sujeto. Para Marx, la enajenación es el concepto que permite explicar aquellas relaciones que conducen a una forma de trabajo en la cual queda anulada la libre actividad humana, sustituyendo la función social del trabajo, orientada hacia el establecimiento de vínculos humanos entre los hombres, por la cosificación de esas relaciones.
El hombre se afirma como ser humano cuando realiza la actividad de forma libre, capaz de proporcionar placer y no una actividad forzada. En el capitalismo, donde la actividad humana se realiza en los marcos de la propiedad privada, la explotación del trabajo asalariado se convierte en un medio de obtención de riquezas. Las relaciones entre los hombres pierde su carácter esencialmente humano y se potencian las necesidades no satisfechas y la descomposición de los valores espirituales.
En el devenir histórico, la propiedad privada limitó el proceso natural de desarrollo del individuo, quedando frustradas las posibilidades de revelar libremente sus capacidades creativas, y el propio proceso del trabajo, dejó de ser un elemento de reafirmación del hombre en la sociedad. Es por ello que en la sociedad burguesa el hombre se ve impedido de desarrollar plenamente sus potencialidades humanas.
Un elemento importante de las reflexiones de Marx, lo constituye la idea acerca de la necesidad de superar la propiedad privada como causante de la deshumanización.
Feuerbach consideraba la exteriorización de la esencia humana únicamente como alienación, Marx ve en ella la forma en que se concretan las fuerzas creadoras del hombre, fuerzas que se alienan sólo en condiciones determinadas y por tanto de forma transitoria.
Mientras que Feuerbach no toma en cuenta la práctica transformadora del hombre, Marx define al hombre no sólo en su aspecto genérico, sino esencialmente en su determinación social, como resultado del medio y como fuerza esencial de su transformación. Asume de Feuerbach, la idea de que la alienación constituía la característica de la sociedad deshumanizada, y que la supresión de ella resultaba una condición necesaria para devolver al hombre sus condiciones de ser humano, superándolo al sustentar el criterio de que la transformación de la sociedad exige la supresión del trabajo alienado y esto se logra con la revolución del proletariado, con el cambio del carácter de las relaciones de propiedad. En Marx se presenta la definición de la actividad, como modo específicamente humano de relación entre los hombres, y de éstos con la naturaleza, en el curso de la cual se forma el hombre y se transforma el mundo.
El hombre creador es analizado por Marx no como un ente abstracto, aislado y dotado de propiedades innatas, sino como individuo concreto, que encuentra la medida y el grado de realización de su esencia en el carácter del régimen socioeconómico en que vive y se desenvuelve.
En la sociedad en que está establecida la división del trabajo (basada en la propiedad privada), "las actividades espirituales y materiales, el disfrute y el trabajo, la reproducción y el consumo, se asigna a diferentes individuos, y la posibilidad de que no caigan en contradicción reside solamente en que vuelva a abandonarse la división del trabajo" (3) ; por lo que ello genera distribución desigual del trabajo y de sus productos; o lo que es lo mismo la propiedad, "...
división del trabajo y propiedad privada —escribió Marx— son términos idénticos: uno de ellos dice, referido a la actividad, lo mismo que el otro, referido al producto de ésta". (4) Marx hace este planteamiento en el sentido de que la división del trabajo es la que sirve de base a la división de la sociedad en clases. Quiere decir, que la base material de la producción mercantil es la división social del trabajo, pero no su causa, puesto que la causa de la producción mercantil es la propiedad privada sobre los medios de producción, en tanto aislamiento de los productores.
De esta forma, la división social del trabajo provoca que cada hombre cree con su trabajo, sólo un fragmento de la cultura humana, el resto de la riqueza de la humanidad se mantiene para él como algo ajeno, situado fuera de él y que se le contrapone como una fuerza ajena. Lo que significa que la enajenación del hombre aumenta en la medida que aumentan las riquezas que él mismo produce y reproduce con su trabajo, que crea fuera de sí y contra sí.
La división social del trabajo y el nivel de desarrollo logrado por las fuerzas productivas, a la vez está enlazada estrechamente con el carácter del régimen social y es un indicador de las relaciones sociales en cuyo ámbito se realiza el trabajo. Bajo el capitalismo, la división del trabajo se desarrolla de modo espontáneo, las industrias y producciones se desenvuelven de manera desigual y no dejan de surgir desproporciones entre ellas. El ahondamiento de la división del trabajo imprime al proceso de producción un carácter cada vez más social, mientras que la apropiación de los resultados del trabajo sigue siendo cada vez más privada. Sólo al cambiar el carácter de esa división se crean las condiciones para el completo desarrollo del hombre.
Al analizar el planteamiento de Marx y Engels acerca de la eliminación de la
división social del trabajo, aspecto que tratan en varias de sus obras, entendemos que el mismo está encaminado no a la eliminación de la división del trabajo, sino al carácter enajenante que le imprime a ésta la existencia de la propiedad privada sobre los medios de producción. Es necesario analizar la división social del trabajo como dos lados de un
mismo proceso: por un lado el desarrollo de las fuerzas productivas, su desarrollo, genera el aislamiento de los productores, condicionada por la existencia de la propiedad privada, por el otro, genera un mayor nivel de especialización de los productores, lo que hace que cada vez más, para producir un producto se necesite del trabajo de un mayor número de productores. De todos modos en el comunismo (5) el individuo tendrá que atender una parte del trabajo productivo, pero el empleo de forma social y planificada de los medios de producción y el desarrollo de la ciencia y la técnica, brindarán la posibilidad de desarrollar todas sus capacidades. Quiere decir que lo que cambia es el carácter enajenador de la división del trabajo.
La sociedad se adueña de todos los medios de producción y los emplea de forma social y planificada, de esta forma acaba con el sojuzgamiento a que se ha visto sometido el hombre bajo el dominio de sus propios medios de producción, y como condición, debe desaparecer la vieja división del trabajo. Al respecto Engels plantea:
Su lugar debe ocuparlo una organización de la producción en que, de un lado, ningún individuo pueda desatenderse de su parte de trabajo productivo, que es condición natural de toda existencia humana, cargándola sobre otros y en la que, de otra parte, el trabajo productivo se convierta, de medio de esclavización, en medio de emancipación del hombre, que brinde a todo individuo la posibilidad de desarrollar y ejercitar en todos los sentidos todas sus capacidades, tanto físicas como espirituales, y se transforme de una carga en un goce. (6)
El despliegue de las potencialidades humanas está dado en el contenido social de toda la realidad, en la realidad humanizada que debe ofrecer la sociedad futura. La socialización de la propiedad sobre los medios de producción aparece así como condición indispensable para el progreso de la humanización del hombre, y, por tanto, para el despliegue de todo su ser social.
La socialización de la propiedad sobre los medios de producción, es ante todo la socialización de la actividad, la socialización del trabajo, la planificación y dirección consciente de las fuerzas productivas; "sustituir al individuo parcial, simple instrumento de una función social de detalle, por el individuo desarrollado en su totalidad, para quien las diversas funciones sociales no son más que otras tantas manifestaciones de actividad que se turnan y revelan". (7) Lo que equivale a decir que debe crearse una generación de productores dueños de sus condiciones de producción y reproducción, formados y capacitados universalmente, que conozcan las bases científicas de toda la producción industrial y cada uno de los cuales haya aprendido prácticamente toda una serie de ramas de la producción desde el principio hasta el fin.
Para Lenin la expropiación capitalista permitirá un gigantesco desarrollo de las fuerzas productivas y con ello la eliminación de la vieja división del trabajo. Lo que no se puede precisar es qué tiempo se empleará para lograr ese desarrollo, ni "la rapidez con que se llegará a romper con la división del trabajo, a suprimir el contraste entre el trabajo intelectual y manual, a convertir el trabajo 'en la primera necesidad vital' . (8)
La transformación de las fuerzas personales en materiales provocada por la división del trabajo no puede eliminarse, quitándose de la cabeza la idea acerca de ella, sino logrando que los hombres sometan bajo su mando estos poderes materiales y supriman la vieja división del trabajo.
El carácter esencialmente humano de la sociedad futura estará dado en las posibilidades que tendrá el hombre de desplegar todo su potencial humano, hacerse verdaderamente un hombre rico, un individuo cuya vida abrace una esfera de variadas actividades de relaciones prácticas con el mundo, que lleve una vida multilateral, que su pensamiento tenga el mismo carácter de universalidad que cualquier otra manifestación de vida de este individuo.
Es decir, para los clásicos del marxismo, la sociedad comunista liquidará la vieja división del trabajo sustituyéndola por una distribución racional de los diversos tipos de actividad, una distribución entre individuos, rica y multilateralmente desarrollada.
El filósofo de la otrora URSS, E.V.Ilienkov, en su obra De ídolos e ideales, (9) al referirse a esta problemática, considera que un modelo de comunidad organizada al modo comunista, se puede construir sólo de individuos multilateralmente desarrollados, un modelo de organización donde el único objetivo de la actividad humana es aquí el propio hombre, y todo lo demás sin exclusión, se convierte en medio que por sí mismo no tiene significación alguna. Es por ello que el comunismo es la única doctrina que contempla la completa liquidación de la enajenación, manteniéndose como ideal a alcanzar.
El descubrimiento de las leyes del desarrollo social y la consolidación de una teoría filosófica científica, le permitieron a Marx afirmar que el hombre es un ser que realizará su esencia humana en la medida y el grado en que lo permita el carácter del sistema social en que vive, por ello plantea la necesidad de superar la sociedad capitalista como causante de la deshumanización moderna, y crear una sociedad que propicie la plena realización del hombre.
De todo este análisis se infiere que para Marx, el hombre nuevo es el individuo que corresponde a la sociedad comunista, sociedad que permitirá el libre desarrollo pleno y armónico del hombre, un productor capacitado universalmente, conocedor de las bases científicas de la producción, y con un pensamiento universal que le permita la plena satisfacción de las necesidades materiales y espirituales, con un alto desarrollo ideopolítico, estético y moral.
Marx, Engels y Lenin, multiplicaron en todo el mundo la doctrina emancipadora de los clásicos del marxismo, no solamente en Europa sino también en América Latina.
En el caso de Europa, se destacó sobremanera el filósofo y luchador italiano Antonio Gramsci, quien fundó en su vida y obra la más estricta fidelidad al espíritu creador del marxismo. Este reconocido marxista, puso en el centro de su análisis la cuestión de la cultura espiritual y el papel de la intelectualidad en el proceso revolucionario.
Antonio Gramsci, al igual que Marx, considera que el hombre es el conjunto de sus relaciones sociales; el hombre activo que modifica el ambiente, entendiendo por ambiente el conjunto de las relaciones en las que interviene cada individuo. Por tanto, si la individualidad propia es el conjunto de las relaciones sociales, hacerse una personalidad significa adquirir conciencia de tales relaciones, de ahí que planteara que "... la actividad revolucionaria que crea al "hombre nuevo", […] crea nuevas relaciones sociales". (10)
Para Gramsci, en el período de la creación revolucionaria y de la fundación de la nueva sociedad, la resistencia y el sacrificio no tienen límites, y el hombre nuevo tendrá que luchar constantemente con el "burgués" al acecho. Utiliza el término hombre nuevo para referirse al hombre que se forma en la actividad práctica, al hombre que se va cambiando en tanto cambian las circunstancias. Como veremos más adelante las coincidencias del Che con estas visiones filosóficas de Gramsci son significativas.
Para Gramsci, en el Partido Comunista como organización que agrupa la vanguardia, puede encontrarse el germen de libertad que tendrá su desarrollo y expansión plena una vez que el Estado obrero haya organizado las condiciones materiales necesarias.
La obra de este autor se difunde en América Latina a partir de los años 50, y por los puntos de coincidencia que encontramos en la concepción guevariana con la de este autor, pudiera afirmarse que su obra fue conocida por el Che, pues es bien conocido que en éste se da lo que Aricó dijo de Gramsci: “Ante todo y por sobre todo fue un político práctico”. (11) Ambos planteaban la necesidad de transformar al hombre en la misma medida que se transforma la sociedad que construye el socialismo, donde el hombre adquiere nuevos valores en la actividad práctica, “el socialismo no se impone con un fiat mágico: el socialismo es un desarrollo, una evolución de momentos sociales cada vez más ricos en valores colectivos” (12)
Como ya hemos señalado, al igual que para todo el mundo, para América Latina, la Revolución de Octubre también constituyó un extraordinario hecho histórico. Al influjo de este acontecimiento, toma auge la difusión del marxismo—leninismo aún cuando desde antes, esas ideas habían entrado en la región, divulgándose a través de diferentes vías, aunque muchas veces en formas tergiversadas.
En el caso de Cuba, varios intelectuales revolucionarios no solo colocaron al hombre en el centro de sus concepciones e ideales, como fue el caso de Julio Antonio Mella, sino que intentaron crear las condiciones objetivas y subjetivas para su logro. En el resto de Latinoamérica encontramos también dignos ejemplos de pensadores marxistas de una amplia y profunda concepción humanista como fue el caso del peruano José Carlos Mariátegui, del argentino Aníbal Ponce, el también argentino Carlos Astrada y el mexicano Vicente Lombardo Toledano, por solo mencionar algunos de los más destacados.
José Carlos Mariátegui analiza la realidad de América Latina desde un enfoque dialéctico, considerando la correlación sociedad—individuo a partir de las particularidades de la región, por ello señala: "no queremos que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una visión digna de una generación nueva," (13) se trata de pensar con ideas propias, de buscar soluciones a los problemas devenido de nuestra realidad, tarea que debe enfrentar un hombre que piense diferente, pero sin menospreciar los valores morales creados por las sociedades que le antecedieron, hace un análisis objetivo de los problemas socio—culturales y clasistas de la realidad latinoamericana. Es la línea que sigue al analizar la realidad peruana, según su opinión, "El socialismo nos ha enseñado a plantear el problema indígena en nuevos términos. Hemos dejado de considerarlo abstractamente como problema étnico o moral para reconocerlo concretamente como problema social, económico y político y entonces lo hemos sentido, por primera vez esclarecido y demarcado". (14) Ello le permite proponer soluciones a los problemas del momento y trazar la estrategia de la lucha latinoamericana, ve el socialismo como porvenir de América, y a las nuevas generaciones como sus protagonistas, quienes deben crear y realizarse en el trabajo; por eso expresó: "El destino de un hombre es la creación. Y el trabajo es creación, vale decir liberación. El hombre se realiza en su trabajo". (15) Es decir que para este pensador, el trabajo es la vía hacia la realización humana, por lo que se debían crear las condiciones que hicieran posible que el individuo se viera realizado en su obra.
Para Anibal Ponce, la existencia de la propiedad privada sobre los medios de
producción, hace que la máquina triture al obrero y lo degrade. En el comunismo, en cambio, la máquina liberará al obrero con la reducción de la jornada laboral y el bienestar creciente, le dará posibilidad de asomarse al mundo de la cultura. Al respecto planteó:
[...] La máquina, que es por esencia liberadora, acentúa bajo el capitalismo la estrechez de las especialidades con el "idiotismo profesional" que en poco tiempo crean [...]
¿Cómo devolver al individuo mutilado por la especialidad, su desarrollo completo, su sed de totalidad? Por la conquista del poder político que será el resultado de la victoria proletaria. (16)
Para este pensador, la eliminación de la división social del trabajo, es el fundamento de la formación de la personalidad de nuevo tipo, que junto a la educación, que es la encargada de combinar la teoría con la práctica, asegurarían el desarrollo universal de las capacidades humanas. Sostenía que "El socialismo, aunque digan lo contrario sus enemigos, aspira a realizar la plenitud del hombre, es decir a liberar al hombre de la opresión de las clases para que recupere con la totalidad de sus fuerzas, la totalidad de su yo [...]". (17)
De aquí que para Ponce, el término hombre nuevo, esté referido al hombre de desarrollo integral, para quien las diversas funciones sociales no serían más que maneras diferentes y sucesivas de su actividad; hombres que pueden formarse en determinado momento del desarrollo histórico. La formación del hombre nuevo, se fundamenta en dos premisas: en la conquista del poder político por el proletariado y en la eliminación de la división social del trabajo, así como en la posibilidad que tendrán los hombres de dominar la cultura.
Otro argentino, Carlos Astrada quien fuera en sus inicios seguidor del existencialismo (corriente ético—filosófica que ganó muchos adeptos en América Latina); se separa de éste al comprender la incapacidad de dicha filosofía para resolver los problemas del hombre, desembocando finalmente en el marxismo.
Astrada, siguiendo la concepción marxista, ve en el proletariado la clase emancipadora, que al cumplir su misión histórica de superarse a sí misma como clase, debe abolir la sociedad clasista, provocando el advenimiento del hombre humano, rotas las ataduras de la enajenación, mediante el salto al "reino de la libertad". Partiendo de Marx, ve al comunismo como positiva superación de la propiedad privada, como condición necesaria del retorno del hombre a sí mismo como ser social, donde puede llegar a ser un "hombre total", es decir, devenir universalmente humano. "Ahora —señala Astrada— se encamina a una nueva realización de su ser, a una nueva imagen suya. Aspira a realizarse y concebirse en todas sus posibilidades inmanentes, a integrarse en sus potencias, reencontrarse, en fin, a sí mismo en una plenaria concreción de su humanidad esencial". (18) Astrada tiene en cuenta la formación de un hombre nuevo en correspondencia con la sociedad sin clases, donde se afirme a sí mismo como humano, movido por nuevas necesidades, nuevos fines y nuevos valores. Aborda la problemática, teniendo en cuenta factores económicos, políticos y ético—filosóficos.
Este análisis ha permitido entender que el problema de la formación del hombre nuevo, que ha sido tratado a través del decursar de la historia y comprendido desde ópticas diferentes, fue tema de preocupación esencial de los fundadores del marxismo y de sus seguidores.
En nuestro tiempo, pensadores de la talla de Ernesto Che Guevara, Fidel Castro y otros revolucionarios, han hecho suyos los legados del marxismo para encauzar en la práctica la formación de las nuevas generaciones.
Tomando como fundamento la teoría marxista, concebimos al hombre nuevo, como aquel hombre capaz de transformarse a sí mismo, de apropiarse de forma dialéctica de valores nuevos, de interpretar y transformar la realidad, al tiempo que se enriquece su propia esencia. Un hombre que pueda autovalorarse deliberadamente como sujeto y objeto del desarrollo; un hombre que sólo puede ser alcanzable cuando desaparezcan todas las formas de enajenación social, en primer lugar las económicas.

DRA. CORUJO VALLEJO, YOLANDA
Serie Cuaderno Debate, Junio de 2004 (Madrid)

NOTAS Y REFERENCIAS
1- Corujo Vallejo, Yolanda: Profesora Titular. Universidad de Oriente.
2- C. Marx, Tesis sobre Feuerbach. O.E. en 3 tomos, T.I, p.9
3- C.Marx y F.Engels—La ideología alemana. O.E. en 3 tomos, T.I, p..30.
4- Op. Cit., p.31.
5- Aunque el término comunismo, prácticamente ha desaparecido de la palestra teórica, aun mantiene la validez de su contenido, al expresar el proyecto, el ideal del desarrollo futuro de la sociedad. Ideal al que no renunciaremos; aunque aun esté muy lejano para la humanidad.
6- F. Engels— Anti— Dühring. Editora Pueblo y Educación, p.358.
7- C.Marx— El Capital, T.I, volumen I, pp.535—536.
8- V.I.Lenin— El Estado y la revolución. O.E. en 3 tomos, T.II, p.369.
9- E. V. IIienkov: De ídolos e ideales, Traducción al español inédita realizada por Rafael Plá León (UCLV)
10- A. Gramsci— Antología . Editora Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p.285.
11- Citado por P. Guadarrama— América Latina: Marxismo y postmodernidad, p. 145
12- Antonio Gramsci, Antología, Op. Cit.,pp. 49
13- José Carlos Mariátegui: Aniversario y Balance, en Obras, T. II, Casa de las Américas, La Habana, 1982, p.241
14- José Carlos Mariátegui: Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Casa de las Américas, La Habana, 1969, p. 24 15- Ibídem, p. 136
16- Anibal Ponce, Humanismo proletario. En Obras, Casa de las Américas 1975, p. 302
17- Anibal Ponce, Educación y lucha de clases. En Obras, Casa de las Américas, La Habana, 1975, p. 207
18- R. Frondizi, Antología El hombre y los valores en la filosofía latinoamericana del SXX. Editorial Fondo de Cultura económica de México, p.164

El Socialismo y el Hombre en Cuba

Estimado compañero. Acabo estas notas en viaje por África, animado del deseo de cumplir, aunque tardíamente, mi promesa. Quisiera hacerlo tratando el tema del título. Creo que pudiera ser interesante para los lectores uruguayos.
Es común escuchar de boca de los voceros capitalistas, como un argumento en la lucha ideológica contra el socialismo, la afirmación de que este sistema social o el período de construcción del socialismo al que estamos nosotros abocados, se caracteriza por la abolición del individuo en aras del Estado. No pretenderé refutar esta afirmación sobre una base meramente teórica, sino establecer los hechos tal cual se viven en Cuba y agregar comentarios de índole general. Primero esbozaré a grandes rasgos la historia de nuestra lucha revolucionaria antes y después de la toma del poder.
Como es sabido, la fecha precisa en que se iniciaron las acciones revolucionarias que culminaron el primero de enero de 1959, fue el 26 de julio de 1953. Un grupo de hombres dirigidos por Fidel Castro atacó la madrugada de ese día el cuartel Moncada, en la provincia de Oriente. El ataque fue un fracaso, el fracaso se transformó en desastre y los sobrevivientes fueron a parar a la cárcel, para reiniciar, luego de ser amnistiados, la lucha revolucionaria.
Durante este proceso, en el cual solamente existían gérmenes de socialismo, el hombre era un factor fundamental. En él se confiaba, individualizado, específico, con nombre y apellido, y de su capacidad de acción dependía el triunfo o el fracaso del hecho encomendado.
Llego la etapa de la lucha guerrillera. Esta se desarrolló en dos ambientes distintos: el pueblo, masa todavía dormida a quien había que movilizar y su vanguardia, la guerrilla, motor impulsor de la movilización, generador de conciencia revolucionaria y de entusiasmo combativo. Fue esta vanguardia el agente catalizador, el que creó las condiciones subjetivas necesarias para la victoria. También en ella, en el marco del proceso de proletarización de nuestro pensamiento, de la revolución que se operaba en nuestros hábitos, en nuestras mentes, el individuo fue el factor fundamental. Cada uno de los combatientes de la Sierra Maestra que alcanzara algún grado superior en las fuerzas revolucionarias, tiene una historia de hechos notables en su haber. En base a estos lograba sus grados.
Fue la primera época heroica, en la cual se disputaban por lograr un cargo de mayor responsabilidad, de mayor peligro, sin otra satisfacción que el cumplimiento del deber. En nuestro trabajo de educación revolucionaria, volvemos a menudo sobre este tema aleccionador. En la actitud de nuestros combatientes se vislumbra al hombre del futuro.
En otras oportunidades de nuestra historia se repitió el hecho de la entrega total a la causa revolucionaria. Durante la Crisis de Octubre o en los días del ciclón Flora, vimos actos de valor y sacrificio excepcionales realizados por todo un pueblo. Encontrar la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana esa actitud heroica, es una de nuestras tareas fundamentales desde el punto de vista ideológico.
En enero de 1959 se estableció el gobierno revolucionario con la participación en él de varios miembros de la burguesía entreguista. La presencia del Ejército Rebelde constituía la garantía de poder, como factor fundamental de fuerza.
Se produjeron enseguida contradicciones seria, resueltas, en primera instancia, en febrero del 59, cuando Fidel Castro asumió la jefatura de gobierno con el cargo de primer ministro. Culminaba el proceso en julio del mismo año, al renunciar el presidente Urrutia ante la presión de las masas.
Aparecía en la historia de la Revolución Cubana, ahora con caracteres nítidos, un personaje que se repetirá sistemáticamente: la masa.
Este ente multifacético no es, como se pretende, la suma de elementos de la misma categoría (reducidos a la misma categoría, además, por el sistema impuesto), que actúa como un manso rebaño. Es verdad que sigue sin vacilar a sus dirigentes, fundamentalmente a Fidel Castro, pero el grado en que él ha ganado esa confianza responde precisamente a la interpretación cabal de los deseos del pueblo, de sus aspiraciones, y a la lucha sincera por el cumplimiento de las promesas hechas.
La masa participó en la reforma agraria y en el difícil empeño de la administración de las empresas estatales; pasó por la experiencia heroica de Playa Girón; se forjó en las luchas contra las distintas bandas de bandidos armadas por la CIA; vivió una de las definiciones más importantes de los tiempos modernos en la Crisis de Octubre y sigue hoy trabajando en la construcción del socialismo.
Vistas las cosas desde un punto de vista superficial, pudiera parecer que tienen razón aquellos que hablan de supeditación del individuo al Estado, la masa realiza con entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el gobierno fija, ya sean de índole económica, cultural, de defensa, deportiva, etcétera. La iniciativa parte en general de Fidel o del alto mando de la revolución y es explicada al pueblo que la toma como suya. Otras veces, experiencias locales se toman por el partido y el gobierno para hacerlas generales, siguiendo el mismo procedimiento.
Sin embargo, el Estado se equivoca a veces. Cuando una de esas equivocaciones se produce, se nota una disminución del entusiasmo colectivo por efectos de una disminución cuantitativa de cada uno de los elementos que la forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes; es el instante de rectificar. Así sucedió en marzo de 1962 ante una política sectaria impuesta al partido por Aníbal Escalante.
Es evidente que el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de medidas sensatas y que falta una conexión más estructurada con las masas. Debemos mejorarla durante el curso de los próximos años pero, en el caso de las iniciativas surgidas de estratos superiores del gobierno utilizamos por ahora el método casi intuitivo de auscultar las reacciones generales frente a los problemas planteados.
Maestro en ello es Fidel, cuyo particular modo de integración con el pueblo solo puede apreciarse viéndolo actuar. En las grandes concentraciones públicas se observa algo así como el diálogo de dos diapasones cuyas vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor. Fidel y la masa comienzan a vibrar en un diálogo de intensidad creciente hasta alcanzar el clímax en un final abrupto, coronado por nuestro grito de lucha y victoria.
Lo difícil de entender, para quien no viva la experiencia de la revolución, es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez, la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes.
En el capitalismo se pueden ver algunos fenómenos de este tipo cuando aparecen políticos capaces de lograr la movilización popular, pero si no se trata de un auténtico movimiento social, en cuyo caso no es plenamente lícito hablar de capitalismo, el movimiento vivirá lo que la vida de quien lo impulse o hasta el fin de las ilusiones populares, impuesto por el rigor de la sociedad capitalista. En esta, el hombre está dirigido por un frío ordenamiento que, habitualmente, escapa al dominio de la comprensión. El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de la vida, va modelando su camino y su destino.
Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que este se percate. Solo ve la amplitud de un horizonte que aparece infinito. Así lo presenta la propaganda capitalista que pretende extraer del caso Rockefeller —verídico o no—, una lección sobre las posibilidades de éxito. La miseria que es necesario acumular para que surja un ejemplo así y la suma de ruindades que conlleva una fortuna de esa magnitud, no aparecen en el cuadro y no siempre es posible a las fuerzas populares aclarar estos conceptos. (Cabría aquí la disquisición sobre cómo en los países imperialistas los obreros van perdiendo su espíritu internacional de clase al influjo de una cierta complicidad en la explotación de los países dependientes y cómo este hecho, al mismo tiempo, lima el espíritu de lucha de las masas en el propio país, pero ese es un tema que sale de la intención de estas notas.)
De todos modos, se muestra el camino con escollos que aparentemente, un individuo con las cualidades necesarias puede superar para llegar a la meta. El premio se avizora en la lejanía; el camino es solitario. Además, es una carrera de lobos: solamente se puede llegar sobre el fracaso de otros.
Intentaré, ahora, definir al individuo, actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad.
Creo que lo más sencillo es reconocer su cualidad de no hecho, de producto no acabado. Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas.
El proceso es doble, por un lado actúa la sociedad con su educación directa e indirecta, por otro, el individuo se somete a un proceso consciente de autoeducación.
La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no solo en la conciencia individual en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este período de transición con persistencia de las relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia.
En el esquema de Marx se concebía el período de transición como resultado de la transformación explosiva del sistema capitalista destrozado por sus contradicciones; en la realidad posterior se ha visto cómo se desgajan del árbol imperialista algunos países que constituyen ramas débiles, fenómeno previsto por Lenin. En estos, el capitalismo se ha desarrollado lo suficiente como para hacer sentir sus efectos, de un modo u otro, sobre el pueblo, pero no son sus propias contradicciones las que, agotadas todas las posibilidades, hacen saltar el sistema. La lucha de liberación contra un opresor externo, la miseria provocada por accidentes extraños, como la guerra, cuyas consecuencias hacen recaer las clases privilegiadas sobre los explotados, los movimientos de liberación destinados a derrocar regímenes neocoloniales, son los factores habituales de desencadenamiento. La acción consciente hace el resto.
En estos países no se ha producido todavía una educación completa para el trabajo social y la riqueza dista de estar al alcance de las masas mediante el simple proceso de apropiación. El subdesarrollo por un lado y la habitual fuga de capitales hacia países «civilizados» por otro, hacen imposible un cambio rápido y sin sacrificios. Resta un gran tramo a recorrer en la construcción de la base económica y la tentación de seguir los caminos trillados del interés material, como palanca impulsora de un desarrollo acelerado, es muy grande.
Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras de recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo.
De allí que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material, sobre todo de naturaleza social.
Como ya dije, en momentos de peligro extremo es fácil potenciar los estímulos morales; para mantener su vigencia, es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas. La sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela.
Las grandes líneas del fenómeno son similares al proceso de formación de la conciencia capitalista en su primera época. El capitalismo recurre a la fuerza, pero, además, educa a la gente en el sistema. La propaganda directa se realiza por los encargados de explicar la ineluctabilidad de un régimen de clase, ya sea de origen divino o por imposición de la naturaleza como ente mecánico. Esto aplaca a las masas que se ven oprimidas por un mal contra el cual no es posible la lucha.
A continuación viene la esperanza, y en esto se diferencia de los anteriores regímenes de casta que no daban salida posible.
Para algunos continuará vigente todavía la fórmula de casta: el premio a los obedientes consiste en el arribo, después de la muerte, a otros mundos maravillosos donde los buenos son los premiados, con lo que se sigue la vieja tradición. Para otros, la innovación; la separación en clases es fatal, pero los individuos pueden salir de aquella a que pertenecen mediante el trabajo, la iniciativa, etcétera. Este proceso, y el de autoeducación para el triunfo, deben ser profundamente hipócritas: es la demostración interesada de que una mentira es verdad.
En nuestro caso, la educación directa adquiere una importancia mucho mayor. La explicación es convincente porque es verdadera; no precisa de subterfugios. Se ejerce a través del aparato educativo del Estado en función de la cultura general, técnica e ideológica, por medio de organismos tales como el Ministerio de Educación y el aparto de divulgación del partido. La educación prende en las masas y la nueva actitud preconizada tiende a convertirse en hábito; la masa la va haciendo suya y presiona a quienes no se han educado todavía. Esta es la forma indirecta de educar a las masas, tan poderosa como aquella otra.
Pero el proceso es consciente; el individuo recibe continuamente el impacto del nuevo poder social y percibe que no está completamente adecuado a él. Bajo el influjo de la presión que supone la educación indirecta, trata de acomodarse a una situación que siente justa y cuya propia falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se autoeduca.
En este período de construcción del socialismo podemos ver el hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no está todavía acabada; no podría estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas. Descontando aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones, los hay que aun dentro de este nuevo panorama de marcha conjunta, tienen tendencia a caminar aislados de la masa que acompañan. Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma.
Ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el partido, por los obreros de avanzada, por los hombres de avanzada que caminan ligados a las masas y en estrecha comunión con ellas. Las vanguardias tienen su vista puesta en el futuro y en su recompensa, pero esta no se vislumbra como algo individual; el premio es la nueva sociedad donde los hombres tendrán características distintas: la sociedad del hombre comunista.
El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por extraviar la ruta, hay que retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos separamos de las masas; en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el aliento cercano de los que nos pisan los talones. En nuestra ambición de revolucionarios, tratamos de caminar tan aprisa como sea posible, abriendo caminos, pero sabemos que tenemos que nutrirnos de la masa y que ésta solo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo.
A pesar de la importancia dada a los estímulos morales, el hecho de que exista la división en dos grupos principales (excluyendo, claro está, a la fracción minoritaria de los que no participan, por una razón u otra en la construcción del socialismo), indica la relativa falta de desarrollo de la conciencia social. El grupo de vanguardia es ideológicamente más avanzado que la masa; esta conoce los valores nuevos, pero insuficientemente. Mientras en los primeros se produce un cambio cualitativo que le permite ir al sacrificio en su función de avanzada, los segundos sólo ven a medias y deben ser sometidos a estímulos y presiones de cierta intensidad; es la dictadura del proletariado ejerciéndose no sólo sobre la clase derrotada, sino también individualmente, sobre la clase vencedora.
Todo esto entraña, para su éxito total, la necesidad de una serie de mecanismos, las instituciones revolucionarias. En la imagen de las multitudes marchando hacia el futuro, encaja el concepto de institucionalización como el de un conjunto armónico de canales, escalones, represas, aparatos bien aceitados que permitan esa marcha, que permitan la selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción.
Esta institucionalidad de la Revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el Gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad en formación (como las cámaras legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas a crear paulatinamente la institucionalización de la Revolución, pero sin demasiada prisa. El freno mayor que hemos tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto formal nos separe de las masas y del individuo, nos haga perder de vista la última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado de su enajenación.
No obstante la carencia de instituciones, lo que debe superarse gradualmente, ahora las masas hacen la historia como el conjunto consciente de individuos que luchan por una misma causa. El hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor.
Todavía es preciso acentuar su participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes y sus avances son paralelos. Así logrará la total consciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas todas las cadenas de la enajenación.
Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte.
Para que se desarrolle en la primera, el trabajo debe adquirir una condición nueva; la mercancía-hombre cesa de existir y se instala un sistema que otorga una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios de producción pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera donde se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la vida común en que se refleja; el cumplimiento de su deber social.
Hacemos todo lo posible por darle al trabajo esta nueva categoría de deber social y unirlo al desarrollo de la técnica, por un lado, lo que dará condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro, basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía.
Claro que todavía hay aspectos coactivos en el trabajo, aún cuando sea necesario; el hombre no ha transformado toda la coerción que lo rodea en reflejo condicionado de naturaleza social y todavía produce, en muchos casos, bajo la presión del medio (compulsión moral, la llama Fidel). Todavía le falta el lograr la completa recreación espiritual ante su propia obra, sin la presión directa del medio social, pero ligado a él por los nuevos hábitos. Esto será el comunismo.
El cambio no se produce automáticamente en la conciencia, como no se produce tampoco en la economía. Las variaciones son lentas y no son rítmicas; hay períodos de aceleración, otros pausados e incluso, de retroceso.
Debemos considerar, además como apuntáramos antes, que no estamos frente al período de transición puro, tal como lo viera Marx en la Crítica del Programa de Gotha, sino de una nueva fase no prevista por él; primer período de transición del comunismo o de la construcción del socialismo. Este transcurre en medio de violentas luchas de clase y con elementos de capitalismo en su seno que oscurecen la comprensión cabal de su esencia.
Si a esto de agrega el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del período, cuya economía política no se ha desarrollado, debemos convenir en que todavía estamos en pañales y es preciso dedicarse a investigar todas las características primordiales del mismo antes de elaborar una teoría económica y política de mayor alcance.
La teoría que resulte dará indefectiblemente preeminencia a los dos pilares de la construcción: la formación del hombre nuevo y el desarrollo de la técnica. En ambos aspectos nos falta mucho por hacer, pero es menos excusable el atraso en cuanto a la concepción de la técnica como base fundamental, ya que aquí no se trata de avanzar a ciegas sino de seguir durante un buen tramo el camino abierto por los países más adelantados del mundo. Por ello Fidel machaca con tanta insistencia sobre la necesidad de la formación tecnológica y científica de todo nuestro pueblo y más aún, de su vanguardia.
En el campo de las ideas que conducen a actividades no productivas, es más fácil ver la división entre la necesidad material y espiritual. Desde hace mucho tiempo el hombre trata de liberarse de la enajenación mediante la cultura y el arte. Muere diariamente las ocho y más horas en que actúa como mercancía para resucitar en su creación espiritual. pero este remedio porta los gérmenes de la misma enfermedad.: es un ser solitario el que busca comunión con la naturaleza. Defiende su individualidad oprimida por el medio y reacciona ante las ideas estéticas como un ser único cuya aspiración es permanecer inmaculado.
Se trata sólo de un intento de fuga. La ley del valor no es ya un mero reflejo de las relaciones de producción; los capitalistas monopolistas la rodean de un complicado andamiaje que la convierte en una sierva dócil, aún cuando los métodos que emplean sean puramente empíricos. La superestructura impone un tipo de arte en el cual hay que educar a los artistas. Los rebeldes son dominados por la maquinaria y sólo los talentos excepcionales podrán crear su propia obra. Los restantes devienen asalariados vergonzantes o son triturados.
Se inventa la investigación artística a la que se da como definitoria de la libertad, pero esta «investigación» tiene sus límites imperceptibles hasta el momento de chocar con ellos, vale decir, de plantearse los reales problemas del hombre y su enajenación. La angustia sin sentido o el pasatiempo vulgar constituyen válvulas cómodas a la inquietud humana; se combate la idea de hacer del arte un arma de denuncia.
Si se respetan las leyes del juego se consiguen todos los honores; los que podría tener un mono al inventar piruetas. La condición es no tratar de escapar de la jaula invisible.
Cuando la Revolución tomó el poder se produjo el éxodo de los domesticados totales; los demás, revolucionarios o no, vieron un camino nuevo. La investigación artística cobró nuevo impulso. Sin embargo, las rutas estaban más o menos trazadas y el sentido del concepto fuga se escondió tras la palabra libertad. En los propios revolucionarios se mantuvo muchas veces esta actitud, reflejo del idealismo burgués en la conciencia.
En países que pasaron por un proceso similar se pretendió combatir estas tendencias con un dogmatismo exagerado. La cultura general se convirtió casi en un tabú y se proclamó el summum de la aspiración cultural, una representación formalmente exacta de la naturaleza, convirtiéndose ésta, luego, en una representación mecánica de la realidad social que se quería hacer ver; la sociedad ideal, casi sin conflictos ni contradicciones, que se buscaba crear.
El socialismo es joven y tiene errores.
Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual necesarias para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales y los métodos convencionales sufren de la influencia de la sociedad que los creó. (Otra vez se plantea el tema de la relación entre forma y contenido.) La desorientación es grande y los problemas de la construcción material nos absorben. No hay artistas de gran autoridad que, a su vez, tengan gran autoridad revolucionaria. Los hombres del Partido deben tomar esa tarea entre las manos y buscar el logro del objetivo principal: educar al pueblo.
Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce al problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo pasado.
Pero el arte realista del siglo XIX, también es de clase, más puramente capitalista, quizás, que este arte decadente del siglo XX, donde se transparenta la angustia del hombre enajenado. El capitalismo en cultura ha dado todo de sí y no queda de él sino el anuncio de un cadáver maloliente en arte, su decadencia de hoy. Pero, ¿por qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista la única receta válida? No se puede oponer al realismo socialista «la libertad», porque ésta no existe todavía, no existirá hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva; pero no se pretenda condenar a todas la formas de arte posteriores a la primer mitad del siglo XIX desde el trono pontificio del realismo a ultranza, pues se caería en un error proudhoniano de retorno al pasado, poniéndole camisa de fuerza a la expresión artística del hombre que nace y se construye hoy.
Falta el desarrollo de un mecanismo ideológico cultural que permita la investigación y desbroce la mala hierba, tan fácilmente multiplicable en el terreno abonado de la subvención estatal.
En nuestro país, el error del mecanicismo realista no se ha dado, pero sí otro signo de contrario. Y ha sido por no comprender la necesidad de la creación del hombre nuevo, que no sea el que represente las ideas del siglo XIX, pero tampoco las de nuestro siglo decadente y morboso. El hombre del siglo XXI es el que debemos crear, aunque todavía es una aspiración subjetiva y no sistematizada. Precisamente éste es uno de los puntos fundamentales de nuestro estudio y de nuestro trabajo y en la medida en que logremos éxitos concretos sobre una base teórica o, viceversa, extraigamos conclusiones teóricas de carácter amplio sobre la base de nuestra investigación concreta, habremos hecho un aporte valioso al marxismo-leninismo, a la causa de la humanidad. La reacción contra el hombre del siglo XIX nos ha traído la reincidencia en el decadentismo del siglo XX; no es un error demasiado grave, pero debemos superarlo, so pena de abrir un ancho cauce al revisionismo.
Las grandes multitudes se van desarrollando, las nuevas ideas van alcanzando adecuado ímpetu en el seno de la sociedad, las posibilidades materiales de desarrollo integral de absolutamente todos sus miembros, hacen mucho más fructífera la labor. El presente es de lucha, el futuro es nuestro.
Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras, pero simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original. Las posibilidades de que surjan artistas excepcionales serán tanto mayores cuanto más se haya ensanchado el campo de la cultura y la posibilidad de expresión. Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas. No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios» que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo. Es un proceso que requiere tiempo.
En nuestra sociedad, juegan un papel la juventud y el Partido.
Particularmente importante es la primera, por ser la arcilla maleable con que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las taras anteriores.
Ella recibe un trato acorde con nuestras ambiciones. Su educación es cada vez más completa y no olvidamos su integración al trabajo desde los primeros instantes. Nuestros becarios hacen trabajo físico en sus vacaciones o simultáneamente con el estudio. El trabajo es un premio en ciertos casos, un instrumento de educación, en otros, jamás un castigo. Una nueva generación nace.
El Partido es una organización de vanguardia. Los mejores trabajadores son propuestos por sus compañeros para integrarlo. Este es minoritario pero de gran autoridad por la calidad de sus cuadros. Nuestra aspiración es que el Partido sea de masas, pero cuando las masas hayan alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén educados para el comunismo. Y a esa educación va encaminado el trabajo. El Partido es el ejemplo vivo; sus cuadros deben dictar cátedras de laboriosidad y sacrificio, deben llevar, con su acción, a las masas, al fin de la tarea revolucionaria, lo que entraña años de duro bregar contra las dificultades de la construcción, los enemigos de clase, las lacras del pasado, el imperialismo…
Quisiera explicar ahora el papel que juega la personalidad, el hombre como individuo de las masas que hacen la historia. Es nuestra experiencia no una receta.
Fidel dio a la Revolución el impulso en los primeros años, la dirección, la tónica siempre, peros hay un buen grupo de revolucionarios que se desarrollan en el mismo sentido que el dirigente máximo y una gran masa que sigue a sus dirigente porque les tiene fe; y les tiene fe, porque ellos han sabido interpretar sus anhelos.
No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año se pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad. El individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio; conoce el sacrificio. Los primeros lo conocieron en la Sierra Maestra y dondequiera que se luchó; después lo hemos conocido en toda Cuba. Cuba es la vanguardia de América y debe hacer sacrificios porque ocupa el lugar de avanzada, porque indica a las masas de América Latina el camino de la libertad plena.
Dentro del país, los dirigentes tienen que cumplir su papel de vanguardia; y, hay que decirlo con toda sinceridad, en una revolución verdadera a la que se le da todo, de la cual no se espera ninguna retribución material, la tarea del revolucionario de vanguardia es a la vez magnífica y angustiosa.
Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás sea uno de los grandes dramas del dirigente; éste debe unir a un espíritu apasionado una mente fría y tomar decisiones dolorosas son que se contraiga un músculo. Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común lo ejercita.
Los dirigentes de la Revolución tienen hijos que en sus primeros balbuceos, no aprenden a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte del sacrificio general de su vida para llevar la Revolución a su destino; el marco de los amigos responde estrictamente al marco de los compañeros de Revolución. No hay vida fuera de ella.
En esas condiciones, hay que tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización.
El revolucionario, motor ideológico de la revolución dentro de su partido, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial. Si su afán de revolucionario se embota cuando las tareas más apremiantes se ven realizadas a escala loca y se olvida el internacionalismo proletario, la revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno. El internacionalismo proletario es un deber pero también es una necesidad revolucionaria. Así educamos a nuestro pueblo.
Claro que hay peligros presentes en las actuales circunstancias. No sólo el del dogmatismo, no sólo el de congelar las relaciones con las masas en medio de la gran tarea; también existe el peligro de las debilidades en que se puede caer. Si un hombre piensa que, para dedicar su vida entera a la revolución, no puede distraer su mente por la preocupación de que a un hijo le falte determinado producto, que los zapatos de los niños estén rotos, que su familia carezca de determinado bien necesario, bajo este razonamiento deja infiltrarse los gérmenes de la futura corrupción.
En nuestro caso, hemos mantenido que nuestros hijos deben tener y carecer de lo que tienen y de lo que carecen los hijos del hombre común; y nuestra familia debe comprenderlo y luchar por ello. La revolución se hace a través del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su espíritu revolucionario.
Así vamos marchando. A la cabeza de la inmensa columna —no nos avergüenza ni nos intimida decirlo— va Fidel, después, los mejores cuadros del Partido, e inmediatamente, tan cerca que se siente su enorme fuerza, va el pueblo en su conjunto sólida armazón de individualidades que caminan hacia un fin común; individuos que han alcanzado la conciencia de lo que es necesario hacer; hombres que luchan por salir del reino de la necesidad y entrar al de la libertad.
Esa inmensa muchedumbre se ordena; su orden responde a la conciencia de la necesidad del mismo ya no es fuerza dispersa, divisible en miles de fracciones disparadas al espacio como fragmentos de granada, tratando de alcanzar por cualquier medio, en lucha reñida con sus iguales, una posición, algo que permita apoyo frente al futuro incierto.
Sabemos que hay sacrificios delante nuestro y que debemos pagar un precio por el hecho heroico de constituir una vanguardia como nación. Nosotros, dirigentes, sabemos que tenemos que pagar un precio por tener derecho a decir que estamos a la cabeza del pueblo que está a la cabeza de América. Todos y cada uno de nosotros paga puntualmente su cuota de sacrificio, conscientes de recibir el premio en la satisfacción del deber cumplido, conscientes de avanzar con todos hacia el hombre nuevo que se vislumbra en el horizonte.

Permítame intentar unas conclusiones:
Nosotros, socialistas, somos más libres porque somos más plenos; somos más plenos por ser más libres.

El esqueleto de nuestra libertad completa está formado, falta la sustancia proteica y el ropaje; los crearemos.

Nuestra libertad y su sostén cotidiano tienen color de sangre y están henchidos de sacrificio.

Nuestro sacrificio es consciente; cuota para pagar la libertad que construimos.El camino es largo y desconocido en parte; conocemos nuestras limitaciones. Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos.

Nos forjaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica.

La personalidad juega el papel de movilización y dirección en cuanto que encarna las más altas virtudes y aspiraciones del pueblo y no se separa de la ruta.
Quien abre el camino es el grupo de vanguardia, los mejores entre los buenos, el Partido.

La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud, en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera.

Si esta carta balbuceante aclara algo, ha cumplido el objetivo con que la mando.

Reciba nuestro saludo ritual, como un apretón de manos o un «Ave María Purísima.» Patria o muerte.

Ernesto Che Guevara
Texto dirigido a Carlos Quijano.
Publicado en: Marcha, Montevideo, 12 de marzo de 1965.